Hubo una “creación especial”para el hombre y una “creación especial” para el mono, su progenie, sólo que siguiendo otras líneas que las que la Ciencia jamás ha presentado. Albert Gaudry y otros dan algunas razones de peso de por qué el hombre no puede considerarse como el coronamiento de una especie de monos. Cuando una ve que no sólo era el “salvaje primitivo” (?) una realidad en los tiempos Miocenos, sino que, como muestra de Mortillet, las reliquias de pedernales que ha dejado tras sí indican que fueron labradas por medio del fuego en aquella época remota; cuando se nos dice que el driopiteco es el único de los antropoides que aparece en aquellas capas, ¿cuál es la deducción natural? Que los darwinistas no están en lo firme. El mismogibón, de apariencia humana, sigue en el mismo estado de desarrollo en que estaba cuando coexistía con el hombre al final del período Glacial. No presenta él diferencias apreciables desde los tiempos Pliocenos. Ahora bien; hay poco que escoger entre el driopiteco y los antropoides existentes: gibón, gorila, etc. Si, pues, la teoría darwinista es por completo suficiente, ¿cómo se “explica” la evolución de este mono en hombre durante la primera mitad del período Mioceno? El tiempo es con mucho demasiado poco para tal transformación teórica. La extremada lentitud con que se verifican las variaciones de las especies hace la cosa inconcebible, y más especialmente en la hipótesis de la “selección natural”. El enorme abismo mental y estructural entre un salvaje que conoce el fuego y el modo de encenderlo, y el antropoide brutal, es demasiado grande para que, ni aun imaginativamente, se le puede echar un puente, en Raza que De Quatrefages y Hamy consideran como una rama del mismo tronco de que salieron los Guanches de las Islas Canarias– retoños de los Atlantes, en una palabra un período tan restringido. Pueden los evolucionistas hacer retroceder el proceso al período Eoceno precedente, si así lo prefieren; pueden hasta hacer al hombre y al driopiteco descender de un antecesor común; así y todo, hay que afrontar la desagradable consideración de que en las capas Eocenas, los fósiles antropoides son tan notables por su ausencia, como el fabuloso pithecantropus de Hæckel. ¿Puede encontrarse una salida de este culde sac apelando a lo “desconocido” y a una referencia, a lo Darwin, sobre la “imperfección de los anales geológicos”? Sea así; pero el mismo derecho de apelación tiene entonces que ser igualmente concedido a los ocultistas, en lugar de permanecer siendo monopolio del perplejo materialismo. El hombre físico, decimos, existía antes de que se depositara el primer lecho de rocas cretáceas. En la primera parte de la edad Terciaria florecía la civilización más brillante que el mundo ha conocido; en un período en que el hombre–mono Hæckeliano, se cree que vagaba por los bosques primitivos, y en el que el antecesor putativo de Mr. Grant Allen saltaba de rama en rama con sus peludas compañeras, las Liliths degeneradas del Adán de la Tercera Raza. Aún no había monos antropoides en los mejores días de la civilización de la Cuarta Raza; pero Karma es una ley misteriosa que no respeta personas. Los monstruos criados en el pecado y la vergüenza por los gigantes Atlantes,“copias borrosas” de sus bestiales padres, y por tanto, del hombre moderno, según Huxley, extravían y abruman con errores al antropólogo especulativo de la ciencia europea
H.P. BLAVATSKY
DOCTRINA SECRETA - fragmentos