Son unos ignorantes aquellos que,
en su ciego y hoy día intempestivo odio al Buddhismo, y por reacción al
Budhismo, niegan sus enseñanzas esotéricas que son también las de los
brahmanes, simplemente porque el nombre les sugiere lo que para ellos, como
monoteístas, son doctrinas perniciosas. Ignorantes,
es el término correcto que debe emplearse para su caso, puesto que la Filosofía
Esotérica es la única capaz de resistir en esta época de materialismo craso e
ilógico, los ataques repetidos a todo cuanto el hombre tiene por más querido y
sagrado en su vida espiritual interna. El verdadero filósofo, el estudiante de
la Sabiduría Esotérica, pierde por completo de vista las personalidades, las
creencias dogmáticas y las religiones especiales. Además, la Filosofía
Esotérica reconcilia todas las religiones, despoja a cada una de ellas de sus
vestiduras humanas exteriores, y demuestra que la raíz de cada cual es idéntica
a la de las demás grandes religiones. Ella prueba la necesidad de un Principio
Divino y Absoluto en la Naturaleza. Ella no niega la Deidad como no niega el Sol.
La Filosofía Esotérica jamás ha rechazado a Dios en la Naturaleza, ni a la
Divinidad como al Ente abstracto y absoluto. Rehusa únicamente aceptar los
dioses de las llamadas religiones monoteístas; dioses creados por el hombre a
su propia imagen y semejanza, caricaturas impías y miserables del Siempre
Incognoscible. Por lo demás, los archivos que vamos a presentar al lector,
abrazan los principios esotéricos del mundo entero, desde el principio de
nuestra humanidad; y en ellos el ocultismo Buddhista ocupa su lugar
correspondiente, y no más. A la verdad, las porciones secretas del Dan o Janna (Dhyâna) (4) de la metafísica de Gautama, por grandes que
aparezcan a los que no están enterados de los principios de la Religión de la
Sabiduría de la antigüedad, constituyen tan sólo una pequeña porción del total.
El Reformador indo limitó sus enseñanzas públicas al aspecto puramente moral y
fisiológico de la Religión de la Sabiduría, a la ética y al hombre únicamente.
Las cosas “invisibles e incorpóreas”, el misterio del Ser fuera de nuestra
esfera terrestre, no fueron tratados en manera alguna por el gran Maestro en
sus enseñanzas públicas, reservando las verdades ocultas para un círculo
selecto de sus Arhats. Estos últimos recibían la iniciación en la famosa Cueva
Saptaparna (la Sattapanni de Mahâvansa) cerca del Monte Baibhâr (el Webhâra de
los manuscritos palis). Esta cueva estaba en Râjâgriha, la antigua capital de
Magadha, y era la Cueva Cheta de Fa-hian, como justamente sospechan algunos
arqueólogos (5).
El
tiempo y la imaginación humana disminuyeron la pureza y la filosofía de estas
enseñanzas, cuando, durante el curso de su obra de proselitismo, fueron
trasplantadas del círculo secreto y sagrado de los Arhats, a un suelo menos
preparado para las concepciones metafísicas que la India; o sea, en cuanto
fueron llevadas a China, Japón, Siam y Birmania. La manera como fue tratada la
prístina pureza de estas grandes revelaciones, puede verse estudiando algunas
de las llamadas escuelas buddhistas “esotéricas” de la antigüedad en su aspecto
moderno, no solamente en China y en otros países buddhistas en general, sino
hasta en no pocas escuelas del Tibet, abandonadas al cuidado de Lamas no
iniciados y de innovadores mongoles.
Así
es, que el lector debe tener presente las muy importantes diferencias que
existen entre el Buddhismo ortodoxo,
o sea las enseñanzas públicas de Gautama el Buddha, y su Budhismo esotérico. Su
Doctrina Secreta no difiere, sin embargo, en manera alguna de la de los
brahmanes iniciados de su tiempo. El Buddha era hijo del suelo ario, un indo,
un Kshatriya, discípulo de los “nacidos dos veces” (los brahmanes iniciados) o
Dvijas. Sus enseñanzas, por tanto, no podían ser diferentes de las doctrinas de
aquéllos, pues toda la reforma buddhista consistió sencillamente en revelar una
parte de lo que había permanecido secreto para todos los hombres que estaban
fuera del “círculo encantado” de los iniciados del Templo y de los ascetas. No
pudiendo, por razón de sus votos, enseñar todo
cuanto le había sido comunicado, y a pesar de que Buddha enseñó una
filosofía fundada en la base del verdadero conocimiento esotérico, participó al
mundo únicamente el cuerpo material externo de aquélla, y guardó su alma para
sus elegidos. Muchos orientalistas que se dedican al chino, han oído hablar de
la “doctrina del alma”. Ninguno parece haber comprendido su verdadera
significación e importancia.
Aquella
doctrina fue conservada en secreto, en demasiado secreto quizás, dentro del
santuario. El misterio que envolvía su dogma principal y sus aspiraciones más
exaltadas, el Nirvâna, ha llamado e irritado tanto la curiosidad de los sabios
que lo han estudiado, que siendo incapaces de resolverlo de una manera lógica y
satisfactoria desatando el nudo Gordiano, han preferido cortarlo, declarando
que el Nirvâna significa la absoluta
aniquilación.
Hacia
el final del primer cuarto de este siglo, apareció en el mundo una clase de
literatura especial, cuyas tendencias de año en año se han hecho más definidas.
Basada, según dice ella misma, en las sabias investigaciones de sanscritistas y
orientalistas en general, ha sido considerada como científica. A las
religiones, mitos y emblemas de la India, de Egipto y de otros pueblos
antiguos, se les ha hecho decir todo lo que deseaba el simbologista que
expresasen, dando así con frecuencia la ruda forma exterior, en lugar de la significación interna. Aparecieron en rápida sucesión obras notabilísimas por sus
ingeniosas especulaciones y deducciones formadas en círculo vicioso, por colocarse generalmente conclusiones
anticipadas en vez de premisas, en los
silogismos de varios sabios sánscritas o palis; y así fueron inundadas las
bibliotecas con disertaciones más bien sobre el culto fálico o sexual que sobre
el verdadero simbolismo, contradiciéndose además unas a otras.
Ésta
es quizás la verdadera razón porque hoy se permite que vean la luz, después de
millares de años del silencio y secreto más profundos, los bosquejos de unas
pocas verdades fundamentales de la Doctrina Secreta de las Edades Arcaicas.
Digo de propósito “unas pocas verdades”,
porque lo que debe permanecer sin decirse, no podría contenerse en un centenar
de volúmenes como éste, ni puede ser comunicado a la presente generación de
saduceos. Pero aun lo poco que hoy se publica es preferible a un silencio
completo acerca de estas verdades vitales. El mundo actual, en su loca carrera
hacia lo desconocido, que el físico se halla demasiado dispuesto a confundir
con lo incognoscible siempre que el problema escapa a su comprensión, progresa
rápidamente en el plano opuesto al de la espiritualidad. El mundo se ha
convertido hoy en un vasto campo de combate, en un verdadero valle de discordia
y de perpetua lucha, en una necrópolis en donde yacen sepultadas las más
elevadas y más santas aspiraciones de nuestra alma espiritual. Aquella alma se
atrofia y paraliza más y más a cada generación nueva
fragmentos de Doctrina Secreta
Autora: HELENA P. BLAVATSKY
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