Hasta el día de hoy no he sabido cuántas noches y días pasé en el país de las hadas, aun ahora mi mente se confunde cuando intento contarlos. Empeñándome en ello, sólo puedo concluir que fueron no menos de cinco ni más de trece. No sé cuanto tiempo pasó en el mundo exterior, ni en Avalon, mientras estuve allí, porque la humanidad guarda mejor registro del tiempo que el pueblo de las hadas. No obstante, creo que transcurrieron unos cinco años.
Acaso, y esto me parece más cierto según envejezco, lo que denominamos transcurso del tiempo ocurre solamente porque hemos adquirido el hábito, en lo más profundo de nuestro ser, de contar y medir cosas, desde los dedos de un niño recién nacido hasta el alzarse y retornar del sol. Pensamos continuamente en cuántos días han de pasar para que el trigo madure, o para que nuestro hijo crezca en el vientre y nazca, o para que algún ansiado encuentro tenga lugar; y todo esto lo comparamos con la vuelta del año y del sol. En el país de las hadas nada supe del paso del tiempo y, por tanto, no transcurrió para mí. Pero cuando salí de aquel país, vi que algunas arrugas habían aparecido en el rostro de Ginebra y que la exquisita lozanía de Elaine había empezado a empañarse un poco; pero mis manos eran las de siempre, mi rostro carecía de arruegas y, aunque en nuestra familia las canas aparecen en el pelo con prontitud – a los diecinueve años Lancelot ya tenía algunas hebras grises-, el mío continuaba negro como el ala de una corneja.
He llegado a pensar que, desde que los druidas sustrajeron a Avalon del mundo del cálculo y las cuentas constantes, empezó a suceder allí también. El tiempo no fluye en Avalon como en el transcurrir de un sueño, no de forma similar a como lo hace en el país de las hadas. Emperó, el tiempo real ha empezado a acumularse un poco. Vemos allí el sol y la luna de la Diosa, y registramos los ritos en el anillo de piedras, con lo que el tiempo nunca nos abandona por completo. Sin embargo no corre parejo con el del resto del mundo, aunque se podría pensar que si el movimiento del sol y la luna son completamente conocidos, debería coincidir…. más no es así. En estos últimos años podía refugiarme durante un mes en Avalon y, al salir de allí, descubrir que en el exterior había transcurrido una estación entera. Con frecuencia, hacia el final de aquellos años, así lo hacía, porque me impacientaba ver lo que estaba ocurriendo en el mundo exterior. Y cuando la gente reparó en que permanecía siempre joven, se confirmó en su creencia de que yo era un hada o una bruja.
MARION ZIMMER BRADLEY Fragmentos de LA "REINA SUPREMA" Libro II- de la Saga LAS NIEBLAS DE AVALON
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