Tengo que preguntaros ¡oh divinas
mejor produzca los marciales himnos,
y dé armonía al cántico guerrero,
o de Natura los preciados dones
ensalce al son de cadenciosos versos,
o en églogas armónicas repita
de Títiro el cantar y Melibeo.
Decidme, sacras Musas, si el conturno
trágico calce de grandioso fuego
henchido el corazón;o si la trompa
que puede producir los cantos épicos
empuñe osado; o si la ebúrnea lira
vagos intenten dominar mis dedos
para cuajar el aire de armonías
dulces como las mieles del Himeto.
Yo ansío la corona que la Fama
brinda a los sacerdotes de lo bello,
y corro en busca del divino lauro,
verde siempre al fulgor apolíneo,
En su loco afanar la mente mía
alza a la altura el atrevido vuelo,
y se embebe en la luz de lo infinito
al admirar a los pasados genios.
Rudo en mi oído escucho resonante
el hexámetro rígido de Homero
y el son melifluo de la flauta de oro
que inventa Pan dentro de los bosques griegos.
Siglos pasados, extendiendo el Arte
su eterna luz y su poder excelso,
materia de inmortales concepciones
e instrumentos y voz al vate dieron.
Batió el Pegaso el ala voladora,
irguió la crin y del Olimpo heleno
hirió la cumbre con el leve casco;
y el poeta preludió su hosanna eterno
.
El padre Apolo derramó su gracia,
el padre Apolo del talante regio,
aquel del verso rítmico y sonante
que llenaba el abismo de los cielos.
Y fue el pota de laurel ceñido
del rubio Dios en los alegres juegos,
e infinita cadencia inagotable
brotada de sus labios entreabiertos.
Pero este siglo, Musas, tan extraño
del arte universal a los portentos
¿a quién no infunde temerosa idea
por más que lleve ardores en el pecho?
¿Qué ley ha de seguir el que el vibrante
bordón del arpa pulsa, y el soberbio
cantar pretende a las sonoras alas
confiar ansioso, de los vagos vientos?
Cruje la inmensa fábrica y retumba
incesante golpear de broncos hierros;
y tal parece que martilla el yunque,
gobernador del mundo, Polifemo.
Decidme si he de alzar voces altivas
ensalzando el espíritu moderno;
o si, echando al olvido estas edades,
me abandone a merced de los recuerdos.
Porque es más de mi agrado el engolfarme
en mis tranquilos clásicos recreos,
en pasadas memorias, y en delicias
que me suelen traer días pretéritos.
Ya no se oye de Eschylo la palabra
vibradora y terrible como el trueno,
ni repite rapsodio vagabundo
las rudas notas del mendigo Homero.
Calló el rabel de Teócrito apacible
que amor cantó de rústico monteros,
rodaron las estatuas de los pórticos
y enmudeció el oráculo de Delfos.
Hoy el rayo de Júpiter Olímpico
ya nada queda del flamante tirso,
y el ruin Champagne sucedió al Falerno.
Las abejas del Ática libaron
flores sagradas de divinos pétalos,
alimentadas con la savia pura
que a raudales brotó de virgen suelo.
Se congregaron los poetas todos,
y fijos en el lauro de Menermo,
pulsaban los alambres de las cítaras
inventando dulcísimos conciertos.
Y así reinaba el Arte poderoso,
de par en par las puertas de su templo,
y bajo un cielo azul iban errantes
las balsámicas brisas del Egeo.
Todo acabó. Decidme, sacras Musas,
¿cómo cantar en este aciago tiempo
en que hasta los humanos orgullosos
pretenden arrojar a Dios del cielo?
[Managua, 1884]
Rubén Darío
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