Desde que no persigo las dichas pasajeras,
muriendo van en mi alma temores y ansiedad:
la Vida se me muestra con amplias y severas
perspectivas, y siento que estoy en las laderas
de la montaña augusta de la Serenidad.
Comprendo al fin el vasto sentido de las cosas;
sé escuchar en silencio lo que en redor de mí
murmuran piedras, árboles, ondas, auras y rosas…
y advierto que me cercan mil formas misteriosas
que nunca presentí.
Distingo un santo sello sobre todas las frentes;
un divino me fecit Deus, por dondequier,
y noto que me hacen signos inteligentes
las estrellas, arcano de las noches fulgentes,
y las flores, que ocultan enigmas de mujer.
La Esfinge, ayer adusta, tiene hoy ojos serenos;
en su boca de piedra florece un sonreír
cordial, y hay en la comba potente de sus senos
blanduras de almohada para mis miembros llenos
a veces de la honda laxitud del vivir.
Mis labios, antes pródigos de versos y canciones,
ahora experimentan el deseo de dar
ánimo a quien desmaya, de verter bendiciones,
de ser caudal perenne de aquellas expresiones
que saben consolar.
Finé mi humilde siembra; las mieses en las eras
empiezan a dar fruto de amor y caridad;
se cierne un gran sosiego sobre mis sementeras;
mi andar es firme…
¡Y siento que estoy en las laderas
de la montaña augusta de la Serenidad!
Amado Nervo
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