La Naturaleza es un macrobios admirablemente pensado y calculado para que las interacciones de sus componentes mantengan un equilibrio, una ecológica armonía, en donde puedan convivir todos sus elementos, en sus diferentes características de vivencia y supervivencia activa, en todas sus dimensiones. Durante millones de años se mantuvieron -reguladas por aún misteriosos mecanismos simbióticos- la pureza de sus aguas, del aire, la naturaleza de las piedras, las proporciones de calor y radiación. Correcciones periódicas, como ser las glaciaciones, los hundimientos y traslaciones de casquetes continentales, la oscilación de los polos, mantuvieron posibilidades aceptables de vida y evolución, así como de selección perfeccionante.
Pero el Hombre, en el último siglo, entregado a una alienación transformista, ebrio de producción y de consumo, obsesionado por un pseudo-confort material, ha modificado poco a poco las condiciones y el equilibrio se está perdiendo. La acumulación de los subproductos de una actividad irracional, en donde el movimiento ya no es un medio para llegar a alguna parte sino un fin en sí, pudre las aguas, tala los bosques, envenena los aires. Si aquello de que la "actividad es la ley de los niños" es cierto, jamás fue el hombre tan niño como lo es ahora.
La señal de alarma la dieron los científicos hace medio siglo, pero ya ha entrado en el conocimiento público las características del peligro y, por todo el mundo se alzan voces que protestan contra esta contaminación incontrolada.
Pero aunque intelectualmente estos peligros los conocemos todos, existe sin embargo otro mayor, aunque obedece al mismo fenómeno universal. Es la contaminación moral e intelectual, que también aparece como subproducto de nuestra civilización técnica, materialista e infantil...por no decir "minusválida"
Así como al hombre actual le encantan las explosiones nucleares, el verter océanos de gases en la alta atmósfera para llegar una hora antes a un lugar en el cual no se sabe qué hacer en el primer día, o llamar a las chimeneas humosas "catedrales del trabajo", también gusta -con un masoquismo colectivo digno de mejor estudio- de la literatura y las películas de cinematografía pornográficas, de la guerrilla caótica y del ennegrecimiento de las costumbres.
No sólo descubrimos suciedad en los ríos y mares, sino también en las hirsutas melenas de los hippies, que por paradojas son los que más claman contra la contaminación-, en las ropas ásperas y desflecadas, en las corrientes anarquistas, que son formas de putrefacción de la sociedad.
El fenómeno de contaminación se nos muestra entonces como teniendo raíces psicológicas, intelectuales, morales e ideológicas. No sólo contamina el desaprensivo industrial...
La contaminación y sus peligros son totales. La reacción sanitaria debe ser total. Urge una nueva forma de vida, pero ella no se dará por simples cambios de apariencia, sino por la promoción de un ser humano más digno, más noble, más bueno. Como señalaba Platón hace 2.500 años, el problema es educacional y político, en el sentido filosófico de estos términos. Los anticuerpos contra esta "septicemia" universal existen, están en la propia naturaleza del Alma del Hombre. Pero deben ser puestos en funcionamiento a tiempo y enérgicamente. Se nos va en ello la vida, no sólo física, sino espiritual.
fragmentos de
Jorge Angel Livraga Rizzi
1976
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