Se cree que el nieto de Cam condujo al país de Mizraim el delta sagrado del patriarca Enoch, y por lo tanto, únicamente puede encontrarse en Egipto y países de Oriente la Palabra sagrada; pero teniendo en cuenta que tanto amigos como enemigos han divulgado los más importantes secretos de la masonería, no será malicia ni animosidad decir que desde la infausta catástrofe de los templarios ninguna logia masónica de Europa, ni mucho menos de América, ha sabido nada digno de permanecer oculto. Los furiosos ataques de católicos y protestantes contra la masonería resultan tan ridículos como la afirmación del abate Barruel al decir que los actuales francmasones descienden de los templarios suprimidos en 1314. En sus Memorias del jacobinismo, el citado abate, testigo presencial de la Revolución francesa, trata extensamente de los rosacruces y otras comunidades masónicas; pero la circunstancia de atribuir a los templarios la paternidad de los modernos masones y de achacarles la perpetración de todos los crímenes políticos, demuestra cuán poco enterado estaba de esta cuestión y cuán ardientemente deseaba poner a los masones como cabeza de turco donde descargar la culpabilidad de los golpes que asestaba desde la sombra la Compañía de Jesús, en cuyos tenebrosos conventículos se han fraguado multitud de crímenes políticos.
Las acusaciones contra los masones no tuvieron otro fundamento que simples conjeturas insinuadas por la premeditada intención de envilecerlos. Ninguna prueba concluyente de culpabilidad se ha podido aducir, y el mismo asesinato de Morgan fué un pretexto de que los farsantes de la política se aprovecharon con fines electorales. En cambio, los jesuítas, no sólo toleraron sino que aun indujeron en ciertos casos al regicidio y al crimen de lesa patria
Ningún juramento tendrá fuerza bastante para ligarnos, hasta que se universalice la convicción de que la humanidad es el más sublime reflejo del Supremo Ser en la tierra y todo hombre una encarnación de Dios; hasta que el sentimiento de responsabilidad personal esté tan vigorizado en el hombre, que repugne el perjurio como el mayor agravio inferido a sí mismo y a sus semejantes. La palabra de honor obliga a cuanto hoy no puede obligar el juramento. Resulta, por consiguiente, un abuso de confianza pública apoyarse, como Robertson lo hizo en sus conferencias, en parciales y tendenciosos testimonios. No es, según dicen ellos, “el malicioso espíritu de la masonería en cuyo corazón se acuñan las calumnias”, sino el del clericalismo católico y sus corifeos. Ninguna confianza merece el hombre que intente conciliar el honor con el perjurio. Clamorosamente presume el siglo XIX de mayor civilización que los precedentes, y más clamorosa es todavía la presunción clerical de que el cristianismo redimió al mundo de la idolatría y de la barbarie. Pero ni el siglo ni la Iglesia tienen razón, según hemos visto en el transcurso de esta obra. La luz del cristianismo sólo ha servido para alumbrar la hipocresía y los vicios estimulados por sus tergiversadas enseñanzas
No nos mueve ningún sentimiento personal en estas consideraciones sobre la masonería, cuyos originarios estatutos respetamos profundamente; pero combatimos la adulteración de principios en que modernamente ha degenerado por intrigas de los cleros católico y protestante. La masonería presume de ser la más pura organización democrática y está monopolizada por los plutócratas y los ambiciosos. Se presenta como maestra de la verdadera ética y es en realidad la propagandista de la teogonía antropomórfica. En el primer grado de iniciación oye el aprendiz de labios del venerable que toda categoría social se queda a las puertas de la logia, pues allí todos son hermanos sin distinción entre el monarca y el mendigo; pero en la práctica es la masonería servil cortesana de cualquier regio vástago que con propósito de valerse de ella para fines políticos se digne ponerse el un día simbólico vellocino
De la decadencia de la masonería podemos juzgar por lo que dice Yarker: Nada perdería la asociación masónica si adoptara una más elevada norma de compañerismo y moralidad con exclusión de todo boato y de cuanto lleva en sí fraudes, imposturas, concesión de grados y otros abusos inmorales...Tal como está hoy gobernada la confraternidad masónica, va convirtiéndose rápidamente en el paraíso de la buena vida, del caritativo hipócrita que olvidando el consejo de San Pablo decora su pecho con la “joya de la caridad”, y en cuanto obtiene la “púrpura” desdeña a sus hermanos más capaces aunque menos ricos. Tal es el fabricante de mezquino oropel masónico, el ruin mercader que estafa a miles de incautos prevalido de las dúctiles conciencias de los pocos que hacen caso de sus O. B. Tales son los “emperadores” masónicos y otros charlatanes que obtienen poderío y riquezas gracias a los pujos aristocráticos con que captan la voluntad del vulgo...Creemos haber apuntado suficientemente la relación de los ritos masónicos con los de la antigüedad, así como la pureza del rito templario inglés de siete grados, del que derivaron espuriamente muchos otros.
No es nuestro intento revelar secretos que hace tiempo divulgaron masones perjuros, pues todo cuanto de esencial haya en los símbolos, ritos y consignas que hoy emplea la masonería, lo conocen las hermandades orientales, aunque no exista entre éstas y aquélla comunicación alguna. Pero si algunos masones han aprendido un tanto de la masonería esotérica, gracias al estudio de libros herméticos y de su trato personal con “hermanos” del remoto Oriente, no ocurre lo mismo con la generalidad de masones norteamericanos, a quienes conviene advertir que ha llegado el tiempo de restaurar la masonería y restituirla a los límites que le señalaron las primitivas hermandades, con cuyo espíritu se envanecían en el siglo XVIII los fundadores de la masonería puramente especulativa. Desde entonces ya no hay secretos masónicos, pues la Orden va convirtiéndose en una asociación degradada por gentes egoístas y malévolas
No es nuestro intento revelar secretos que hace tiempo divulgaron masones perjuros, pues todo cuanto de esencial haya en los símbolos, ritos y consignas que hoy emplea la masonería, lo conocen las hermandades orientales, aunque no exista entre éstas y aquélla comunicación alguna. Pero si algunos masones han aprendido un tanto de la masonería esotérica, gracias al estudio de libros herméticos y de su trato personal con “hermanos” del remoto Oriente, no ocurre lo mismo con la generalidad de masones norteamericanos, a quienes conviene advertir que ha llegado el tiempo de restaurar la masonería y restituirla a los límites que le señalaron las primitivas hermandades, con cuyo espíritu se envanecían en el siglo XVIII los fundadores de la masonería puramente especulativa. Desde entonces ya no hay secretos masónicos, pues la Orden va convirtiéndose en una asociación degradada por gentes egoístas y malévolas
El Consejo supremo del rito antiguo y aceptado, reunido recientemente en Lausana, se pronunció en contra de la impía creencia en un Dios personal con atributos humanos, en la siguiente declaración: “La masonería proclama, como viene proclamando desde su origen, la existencia de un Principio creador denominado el “Gran Arquitecto del universo”. De esta declaración protestó una exigua minoría de masones, diciendo que “la creencia en un Principio creador no satisface ni equivale a la creencia en Dios que la masonería exige de todo candidato”
La Orden del Temple fué la última sociedad secreta que poseyó colectivamente algunos de los misterios orientales, aunque tanto en el siglo pasado como en nuestros días hubo, y tal vez hay, “hermanos” aislados que fiel y secretamente trabajaban bajo la dirección de las fraternidades orientales y que al afiliarse a alguna asociación masónica de Europa la instruyeron en todo lo que de importante han sabido los masones, lo cual explica la analogía entre los Misterios de la antigüedad y los grados superiores de la masonería. Estos misteriosos hermanos jamás descubrían, ni aun entre sí, los secretos de la asociación a que se afiliaban, pues eran mucho más sigilosos que los mismos masones, y cuando consideraban a alguno de éstos digno de su confianza le iniciaban secretamente en los misterios orientales, sin que los otros supieran ni una palabra más de lo que sabían. Nadie ha podido sorprender la actuación de los rosacruces, cuyo organismo y finalidad son todavía, como siempre lo fueron, desconocidos para el mundo, y más particularmente para su enconado enemigo el clericalismo, a pesar de los supuestos descubrimientos de cámaras secretas, velarios llamados “T” y fósiles caballeros de lámparas perpetuas, y a pesar también de las engañosas confesiones que el tormento arrancaba a los teósofos, alquimistas, cabalistas, fingidos templarios y falsos rosacruces que murieron en la hoguera. En cuanto a los modernos caballeros templarios y a las logias masónicas que pretenden descender directamente de la antigua Orden del Temple, no poseen ni poseyeron nunca ningún secreto peligroso para la Iglesia, cuya persecución contra ellos tuvo desde un principio apariencias de farsa, pues, según dice Findel, los grados escoceses, o sea la ordenación templaria, data tan sólo de los años 1735 a 1740, y siguiendo sus tendencias católicas, establecieron su residencia principal en el colegio de jesuitas de Clermont, en Paris, por lo que se le denominó rito de Clermont. El actual rito sueco tiene también algo del elemento templario, pero está libre de la influencia jesuítica y no se entremete en política.
Sobre la presumida filiación de los actuales caballeros templarios dice Wilcke: Los actuales caballeros templarios de París pretenden descender directamente de la antigua Orden y tratan de probarlo por medio de sus reglas internas, enseñanzas secretas y otros documentos. Según Foraisse, la masonería nació en Egipto y Moisés comunicó sus enseñanzas a los hebreos, Jesús a los apóstoles, y por este camino llegaron hasta los templarios. Todas estas invenciones necesitan los templarios parisienses para apoyar su pretensión sin que las apoye la historia, pues todo este artificio se tramó en el Capítulo superior de Clermont al amparo de los jesuítas, que por entonces contaban con el favor de los Estuardos
Entre éstos y los antiguos no hay a lo sumo otra analogía que la adopción de ciertos ritos y ceremonias de índole eclesiástica, astutamente incorporadas por el clero a la antigua Orden, que desde entonces fué perdiendo la primitiva sencillez de carácter hasta su total ruina. La Orden del Temple fué instituida el año 1118 por Hugo de Payens y Godofredo de Saint–Omer con el aparente propósito de proteger a los peregrinos de Jerusalén, pero con el verdadero objeto de restaurar el primitivo culto secreto. Teocletes, sumo sacerdote de los nazarenos juanistas, instruyó a Hugo de Payens en la verídica historia de Jesús y del cristianismo primitivo, y posteriormente otros dignatarios de la misma secta le iniciaron en sus misterios. Su oculto designio era libertar el pensamiento y restaurar la religión única y universal. En un principio hacían voto de pobreza, castidad y obediencia, de suerte que fueron los verdaderos discípulos del Bautista, que se alimentaba en el desierto de langostas y miel silvestre. Tal es la verdadera y tradicional versión cabalística. Es un error creer que la Orden de los templarios no se declaró contra el dogma católico hasta sus últimos tiempos, pues desde un principio fué herética en el sentido que la Iglesia da a esta palabra. La cruz roja sobre manto blanco simbolizaba, como entre los iniciados de los demás países, los cuatro puntos cardinales del universo. Cuando más tarde tomó la Orden carácter de logia y comenzaron las persecuciones, hubieron de reunirse los templarios muy secretamente en la sala capitular, y para mayor seguridad en cuevas o chozas levantadas en medio de los bosques, con objeto de practicar las ceremonias propias de su institución, al paso que en las capillas públicas celebraban el culto católico. Aunque eran infamemente calumniosas la mayor parte de las acusaciones levantadas contra los templarios a instigación de Felipe IV de Francia, había fundamento para inculparles de herejía, según el criterio dogmático de la Iglesia romana. Los actuales templarios no pueden conciliar su fe en la Biblia con la pretensión de ser directos descendientes de aquellos nazarenos que no creían en la divinidad ni en la misión redentora de Cristo ni en sus virtudes taumatúrgicas ni en los principales dogmas católicos, como la transubstanciación, los santos, las reliquias y el purgatorio. El Cristo era para los nazarenos un falso profeta; pero a Jesús lo respetaban como hermano. San Juan Bautista era su Maestro; pero nunca le tuvieron en el concepto que lo tiene la Biblia. Por otra parte, respetaban las doctrinas de la alquimia, astrología y magia, asícomo los talismanes cabalísticos y seguían las enseñanzas de sus jefes
Sobre el particular dice Findel:
En el siglo pasado, cuando la masonería se consideraba engañosamente hija de los templarios, era muy difícil creer en la inocencia de esta Orden, pues se acumularon contra ella multitud de patrañas e imputaciones no comprobadas, con deliberado propósito de sofocar la verdad. Los masones, admiradores de los templarios, recogieron la documentación del proceso, publicada por Moldenwaher, en donde se probaba la culpabilidad de la Orden
Esta culpabilidad consistía únicamente en su discrepancia de los dogmas de la Iglesia romana. Mientras los verdaderos “hermanos” sufrían muerte ignominiosa, los hermanos espurios formaron una secuela de los jesuítas, por lo que los masones sinceros deben rechazar con horror toda relación con ellos, dejándolos solos con su ascendencia. Dice sobre la materia el comandante Gourdin: Los caballeros de San Juan de Jerusalén, llamados también hospitalarios y de Malta, no eran masones sino que, por el contrario, parecen haber sido enemigos de la masonería, porque el año 1740 el Gran maestre de la Orden de Malta ordenó publicar en esta isla la bula pontificia de Clemente XII y prohibió bajo severas penas las reuniones masónicas. Coneste motivo se marcharon de la isla algunos caballeros y muchos ciudadanos, y al año siguiente, 1741, la Inquisición empezó a perseguir a los masones. Seis caballeros fueron desterrados perpetuamente de la isla por haber asistido a una reunión masónica. Al revés de los templarios, no tenían los caballeros de Malta ceremonia secreta para el ingreso en la Orden, y por esto le fué imposible a Reghellini procurarse un ejemplar del ritual secreto, pues no le había. Sin embargo, los masones caballeros templarios comprenden tres grados: Rosacruz, Templario y de Malta. Así es que no pueden envanecerse los caballeros templarios de la herencia recibida de los jesuitas, pues no tienen más remedio que aceptar la descendencia de los primitivos herejes y anticristianos cabalistas templarios, o confesar su filiación jesuítica y tender sus cuadriculadas alfombras sobre la plataforma del ultramontanismo. De lo contrario, no pasarán de pura pretensión sus alegaciones. La pseuda y clerical orden de los templarios tuvo origen en Francia al amparo de los adictos a los Estuardos, según afirma Dupuy; y como sus favorecedores no han perdonado medio para encubrir su procedencia jesuítica, no es extraño que un autor anónimo se esfuerce en defender a los templarios de la inculpación de herejías, con lo que despoja a aquellos mártires del librepensamiento de la aureola de respeto que se habían aquistado. La falsa orden de los templarios se fundó en París el 4 de Noviembre de 1804 con una constitución amañada al efecto, y desde entonces ha venido contaminando a la masonería legítima, según declaran los más conspicuos masones. La Carta de transmisión tiene visos de tan remota antigüedad, que, según confiesa Gregoire, le hubiera bastado este documento para desvanecer toda duda respecto a la procedencia de la orden. El jesuita conde de Ramsay fué el primero en exponer la idea de que los templarios se habían refundido con los caballeros de Malta. Dice a este propósito: Nuestros ascendientes los cruzados se reunieron en Tierra Santa desde todos los puntosde la cristiandad y resolvieron constituir una fraternidad que comprendiese a todas las naciones, con objeto de que ligadas en corazón y alma se mejoraran mutuamente y pudiesen con el tiempo representar un solo pueblo intelectual. Por esta razón se unieron los templarios a los caballeros de San Juan, quienes constituyeron una hermandad masónica denominada “Masones de San Juan” . En el Sello rasgado (1745) se lee la siguiente impudentísima falsedad, digna de los hijos de Loyola: “Las logias estaban dedicadas a San Juan, porque cuando las guerras santas de Palestina los caballeros masones se refundieron con los caballeros de San Juan”. Según afirma Thory, el año 1743 se inventó en Lión el grado de caballero Kadosh, que simboliza la venganza de los templarios. Sobre lo cual dice Findel: La orden del Temple fué abolida en 1311, y los caballeros se vieron en la precisión desecularizarse en 1740 por no serles posible mantener su unión con la orden de San Juan de Malta, algunos de cuyos individuos habían sido desterrados de la isla por masones, pues la orden estaba entonces en la plenitud de su poderío y bajo la soberanía del romano pontífice.
Por su parte, Clavel, una de las más prestigiosas autoridades de la masonería, añade a este propósito: Es evidente que la orden francesa de los caballeros templarios no remonta más allá de 1804, y que en manera alguna puede titularse sucesora de la sociedad denominada: Resurrección de los Templarios ni tampoco ésta se dilata en su origen a la genuina y primitiva orden del Temple. Así vemos que los templarios bastardos forjan en el año 1806 en París, bajo la dirección de los jesuítas, el famoso Estatuto Larmenio, y veinte años más tarde, ya constituidos en asociación tenebrosa, mueven manos asesinas contra uno de los más nobles príncipes de Europa, cuya muerte quedó en el misterio por intrigas políticas con afrenta de la verdad y la justicia. Este príncipe, afiliado a la masonería, fué el postrer depositario de los secretos de los legítimos caballeros templarios, que durante cinco siglos habían eludido toda indagación y celebrado reuniones trienales en Malta, mientras los falsos templarios, los caballeros papistas, dormían tranquilamente, sin remordimiento de sus crímenes. Dice a este punto Rebold: Y a pesar de todo, no obstante el embrollo que los jesuítas armaron de 1763 a 1772, sólo habían logrado entre sus diversos propósitos el de desnaturalizar y desprestigiar la institución masónica, y para complementar su disolvente labor organizaron una orden titulada: Oficialidad de los Templarios en confusa amalgama del espíritu de las cruzadas con las quimeras de los alquimistas, que estuvo desde un principio supeditada al clericalismo y se movió como sobre las ruedas representativas del propósito que presidiera la fundación de la Compañía de Jesús. De aquí que, a pesar del origen precristiano de la masonería, se hayan incorporado todos sus ritos y símbolos al cristianismo y de que éste le haya comunicado su sabor, pues antes de que el neófito sea admitido en la logia ha de afirmar su creencia en un Dios personal y asimismo en Cristo con relación a los grados del Campamento, mientras que los primitivos templarios creían en el desconocido e invisible Principio de que emanan las potestades creadoras, impropiamente denominadas dioses.
Lo cierto es que la masonería moderna difiere muy radicalmente de la en otro tiempo secreta confraternidad universal, cuando los adoradores de Brahma, simbolizado en AUM, intercambiaban sus signos y consignas con los devotos del TUM. Entonces eran “hermanos” los adeptos de todos los países de la tierra.
A este propósito copiaremos la carta que nos envió el conspicuo masón Carlos Sotheran y dice así:
Por otra parte, resulta muy curioso que la mayoría de las corporaciones masónicas en que intervienen los grados superiores, como el “Rito escocés antiguo y aceptado”, el “Rito de Aviñón”, la “Orden del Temple”, el “Rito de Fessler”, el “Gran Consejo de los Emperadores de Oriente y Occidente”, los “Soberanos Príncipes masones”, etc., etc., sean la progenie de Loyola. El barón Hundt, el caballero Ramsay, Tschudy, Zinnendorf y otros instructores de grados en estos ritos, obraban según instrucciones recibidas del general de los jesuítas, y tuvieron por nido incubador el “Colegio de jesuítas de Clermont”, en París, a cuya influencia estaban más o menos sujetos todos los ritos masónicos. El “Rito escocés antiguo y aceptado”, hijo bastardo de la masonería al que no reconocen las logias azules, fué invención del caballero Ramsay, quien lo estableció en Inglaterra por los años de 1736 a 1738 con propósito de laborar por la causa de los Estuardos. A fines del siglo XVIII, unos cuantos masones aventureros reorganizaron el rito en la actual serie de treinta y tres grados, en Charleston (Carolina del Sur). Dos de estos aventureros, el sastre Pirlet y el maestro de baile Lacorne, fueron los precursores de un nuevo reorganizador llamado Gourgas, oficial de un buque mercante que viajaba entre Nueva York y Liverpool. El médico Crucefix, apodado Goss y sedicente inventor de algunos medicamentos de índole sospechosa, introdujo en Inglaterra esta reforma masónica sin otra autoridad que un documento que decían firmado en Berlín por Federico el Grande el I.º de Mayo 1786 para revisar la Constitución de los grados superiores del rito antiguo y aceptado. Sin embargo, las Grandes Logias de los Tres Globos de Berlín demostraron concluyentemente la falsedad de dicho documento, con cuyo apoyo se dice que el Rito antiguo y aceptado defraudó a los confiados hermanos de América y Europa miles de dólares, para vergüenza de la humanidad. Los modernos templarios a que se refiere V. en su carta, son sencillamente grajos engalanados con plumas de pavo real, que tratan de cristianizar a la masonería, pues admiten en su seno, sin distinción de nacionalidad ni fe religiosa, a todo el que crea en un Dios personal y en la inmortalidad del alma. Según la mayoría de los masones judíos, los templarios son idénticos a los jesuitas. Extraño parece que cuando va debilitándose la creencia en un Dios personal, cuando la misma teología admite la imposibilidad de definir la idea de Dios, haya quienes intercepten y embaracen el camino para llegar a la general aceptación del sublime panteísmo de lo santiguos filósofos de Oriente, renovado por Jacobo Boehme y Spinoza. En las logias de esta y otras jurisdicciones se loa frecuentemente al Padre, Hijo y Espíritu Santo con disgusto de los masones judíos y librepensadores, que de este modo ven ofendidas sus particulares creencias. No sucede así en la India, donde la luz de una logia es indistintamente el Korán, el Zendavesta o los Vedas. Es preciso, por lo tanto, eliminar de la masonería el sectarismo cristiano, pues hay actualmente en Alemania logias que niegan la iniciación a los judíos no alemanes; pero los masones franceses se han sublevado contra esta tiranía, y el Gran Oriente de Francia admite aún a los ateos y materialistas, por lo que los demás Orientes repudian a los masones franceses, dando con ello prueba elocuente contra la supuesta universalidad de la masonería. Mas, a pesar de sus muchas culpas (pues la masonería especulativa es falible como toda obra humana), no hay institución que haya realizado y esté dispuesta a realizar tantos esfuerzos en favor del progreso político y religioso de la humanidad. En el siglo pasado los iluminados predicaron por toda Europa “paz a la choza y guerra al palacio”. También en el pasado siglo lograron los Estados Unidos su independencia gracias al auxilio de las sociedades secretas, más eficaz de lo que se cree generalmente, pues masones fueron Washington, Lafayette, Franklin, Jefferson y Hamilton. En el siglo XIX, el general Garibaldi, masón del grado 33, fué el brazo ejecutor de la unidad de Italia, proclamada desde años antes por el también masón José Mazzini con arreglo a los masónicos o mas bien carbonarios principios de libertad, igualdad, fraternidad, independencia y unidad. La masonería especulativa tiene aún muchas tareas que realizar, y una de ellas es la de admitir a la mujer como colaboradora del hombre en las actuaciones de la vida, según han hecho recientemente los masones húngaros al iniciar a la condesa Haideck. Otra importante tarea es el reconocimiento práctico de la fraternidad humana, de modo que la nacionalidad, el color, creencia y posición social no sean obstáculos para el ingreso en la masonería. El negro no ha de ser tan sólo teóricamente el hermano del blanco, pues los masones de raza negra no son admitidos en las logias norteamericanas. Es preciso persuadir a la América del Sur a que participe en los deberes de la humanidad. Si la masonería ha de ser, como se pretende, una escuela de ciencia progresiva y de religión progresiva, debe ir siempre a la vanguardia y nunca a retaguardia de la civilización. Pero si ha de contraerse a esfuerzos empíricos, a meras tentativas para resolver los más arduos problemas de la humanidad, debe ceder el puesto a quienes ventajosamente puedan sucederla, y entre ellos a uno a quien V. y yo conocemos, que en los días de sus esplendorosos triunfos inspiró tal vez a los dignatarios de la Orden, corno a Sócrates le inspiraba su daimonion
De V. sincero amigo,Carlos Sothera
Sobre esto expone Findel:
En el siglo XVIII, además de los modernos caballeros templarios, adulteraron los jesuitas el verdadero carácter de la masonería. Muchos autores masones, que conocían perfectamente aquel periodo histórico, aseguran que siempre influyeron los jesuítas perniciosamente en la fraternidad masónica...Respecto a los rosacruces masones, su primitivo objeto fué nada menos que favorecer y fomentar el catolicismo...
H.P. Blavatsky- ISIS SIN VELO
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