De esta suerte, los kabalistas verdaderos y “libres” admiten que, para todos los fines de la Ciencia y Filosofía, es bastante que el profano sepa que el Gran Agente Mágico (llamado por los partidarios del Marqués de Saint Martin, los Martinistas, la Luz Astral; por los kabalistas y alquimistas de la Edad Media, la Virgen Sideral y el Mysterium Magnum, y por los Ocultistas orientales el Æther, la reflexión del Âkâsha), es lo que la Iglesia llama Lucifer. Para nadie es una novedad que los escolásticos latinos han conseguido transformar el Alma Universal y el Pleroma –Vehículo de la Luz y receptáculo de todas las formas, Fuerza esparcida en todo el Universo, con sus efectos directos o indirectos– en Satán y sus obras. Pero ahora aquellos escolásticos se preparan a comunicar al profano antes mencionado, hasta los secretos aludidos por Eliphas Lévi, sin explicación adecuada alguna a pesar de que la norma de conducta de este último, de emplear revelaciones veladas, sólo puede conducir a mayores supersticiones errores. ¿Qué puede, a la verdad, sacar en limpio un estudiante de Ocultismo, que sea principiante, de las siguientes sentencias altamente poéticas de Eliphas Lévi, pero tan apocalípticas como los escritos de cualquier alquimista?
Lucifer [la Luz Astral]... es una fuerza intermedia que existe en toda la creación; sirve ella para crear y para destruir, y la Caída de Adán fue una intoxicación erótica que ha convertido a su generación en esclava de esta Luz fatal...toda pasión sexual que domina nuestros sentidos, es un torbellino de esta Luz que trata de arrastrarnos hacia el abismo de la muerte. La locura, las alucinaciones, las visiones, los éxtasis, son todos formas de una excitación muy peligrosa debida a este fósforo interior[?]. Finalmente, la luz es de la naturaleza del fuego, cuyo uso inteligente calienta y vivifica, y cuyo exceso, por el contrario, disuelve y aniquila. De esta suerte el hombre está llamado a asumir un imperio soberano sobre esta Luz [Astral] conquistando con ello su inmortalidad, y al mismo tiempo está amenazado de intoxicarse, y de ser absorbido y eternamente destruido por ella. Esta luz, por tanto, toda vez que es devoradora, vengativa y fatal, sería así en realidad el fuego del infierno, la serpiente de la leyenda; los errores atormentadores de que está llena, las lágrimas y el rechinamiento de dientes de los seres abortados que devora, el fantasma de la vida que se les escapa, y que parece burlarse e insultar su agonía, todo esto sería el Demonio o Satán verdaderamente.
En todo esto no hay nada falso; nada, salvo una superabundancia de metáforas mal aplicadas, como, por ejemplo, en la aplicación del mito de Adán para la ilustración de los efectos astrales. Âkâsha, la Luz Astral, puede definirse en pocas palabras: es el Alma Universal, la Matriz del Universo, el Mysterium Magnum del cual nace todo lo que existe, por separación o diferenciación. Es la causa de la existencia; llena todo el Espacio infinito, es el Espacio mismo, en un sentido, o sus principios sexto y séptimo a la vez. Pero como finita en lo Infinito, en lo que a la manifestación concierne, esta Luz debe tener su aspecto sombrío, como ya se ha observado. Y como lo Infinito jamás puede ser manifestado, de aquí que el mundo finito tenga que contentarse con sólo la sombra, atraída, con sus acciones, sobre la humanidad, y que los hombres atraen y ponen en actividad. De modo que al paso que la Luz Astral es la Causa Universal en su unidad no manifestada e infinita, se convierte, respecto de la humanidad, simplemente en los efectos de las causas producidas por los hombres en sus vidas pecadoras. No son sus brillantes moradores –ya se llamen Espíritus de la Luz o de las Tinieblas– los que producen el Bien y el Mal, sino que la humanidad misma es la que determina la inevitable acción y reacción del Gran Agente Mágico. La humanidad es la que se ha convertido en la “Serpiente del Génesis”, causando así diariamente y a cada hora la Caída y el Pecado de la “Virgen Celestial”, la cual se convierte de este modo en Madre de Dioses y de Demonios a un mismo tiempo; pues ella es la Deidad siempre amante, y benéfica, para todos los que conmueven su Alma y su Corazón, en lugar de atraer hacia sí su esencia sombría manifestada, llamada por Eliphas Lévi “la luz fatal” que mata y destruye. La humanidad, en sus unidades, puede exceder y dominar sus efectos, pero tan sólo por la santidad de vida y produciendo buenas causas. Tiene ella poder únicamente sobre los principios inferiores manifestados, sombra de la Deidad Desconocida e Incognoscible en el Espacio. Pero en antigüedad y realidad, Lucifer o Luciferus es el nombre de la Entidad Angélica que preside sobre la Luz de la Verdad como sobre la luz del día. En el gran Evangelio Valentiniano Pistis Sophia se enseña que de los tres Poderes que emanan de los Santos Nombres de los tres Poderes Triples (Tridugámeiç), el de Sophia (el Espíritu Santo, según estos gnósticos, los más instruidos de todos) reside en el planeta Venus o Lucifer.
De esta suerte, para el profano, la Luz Astral puede ser Dios y Demonio a la vez –Demont est Deus inversus–, lo que es como decir que en cada punto, en el Espacio Infinito, palpitan las corrientes magnéticas y eléctricas de la Naturaleza animada, las ondas productoras de la vida y de la muerte, pues la muerte en la tierra se convierte en vida en otro plano. Lucifer es la Luz divina y terrestre, el “Espíritu Santo” y “Satán” de una pieza y al mismo tiempo el Espacio visible verdaderamente lleno invisiblemente con el Aliento diferenciado; y la Luz Astral, los efectos manifestados de los dos que son uno, guiada y atraída por nosotros mismos, es el Karma de la Humanidad, entidad a la vez personal e impersonal: personal, porque es el nombre místico dado por Saint Martin a la Hueste de Creadores Divinos, Guías y Regentes de este Planeta; impersonal, como Causa y Efecto de la Vida y Muerte Universales. La Caída fue el resultado del conocimiento del hombre, pues sus “ojos fueron abiertos”. Verdaderamente, le fue enseñada la Sabiduría y el Conocimiento Oculto por el “Ángel Caído”; pues este último se ha convertido desde entonces en su Manas, la Mente y la Propia Conciencia. En cada uno de nosotros existe, desde el principio de nuestra aparición en esta Tierra, el dorado hilo de la Vida continua, periódicamente dividida en ciclos pasivos y activos, de existencia sensible en esta Tierra, y suprasensible en el Devachan. Es el Sûtrâtmâ, el hilo luminoso de la Mónada impersonal inmortal, en el cual se engarzan, como otras tantas cuentas, nuestras “vidas”terrestres o Egos transitorios, según una hermosa expresión de la Filosofía Vedantina. Y ahora queda probado que Satán, o el Dragón Îgneo Rojo, el “Señor del Fósforo” –el azufre fue un progreso teológico– y Lucifer, o el “Portador de Luz”, está en nosotros: es nuestra Mente, nuestro Tentador y nuestro Redentor, nuestro Libertador inteligente y Salvador de la pura animalidad. Sin este principio –emanación de la esencia misma del principio puro divino Mahat (la Inteligencia) que irradia directamente de la Mente Divina no seríamos seguramente más que animales.
Los siete Dioses primordiales tenían todos un estado doble, uno esencial, el otro accidental. En su estado esencial todos eran los Constructores o Modeladores, los Preservadores y Regentes de este Mundo; y en el estado accidental, revistiéndose de corporeidad visible, descendían a la Tierra y reinaban en ella como Reyes e Instructores de las Huestes inferiores, que habían encarnado nuevamente en ella como hombres. Así, pues, la Filosofía Esotérica muestra que el hombre es la verdadera deidad manifestada en sus dos aspectos –bueno y malo, el bien y el mal–, pero la Teología no puede admitir esta verdad filosófica. Enseñando, como lo hace el dogma de los Ángeles Caídos en el sentido de la letra muerta, y habiendo convertido a Satán en la piedra angular del dogma de la redención, el hacer otra cosa sería un suicidio.
H.P. Blavatsky
Doctrina Secreta- fragmento
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