Por tanto, si por una parte el Zohar “admira [al místico] por la profundidad de sus conceptos y la gran sencillez de sus imágenes”, por otra esta obra extravía al estudiante con expresiones tales como las usadas respecto a Ain Soph y Jehovah, a pesar de la afirmación de que: Este libro tiene cuidado de explicar que la figura humana con la que reviste a Dios es sólo una imagen de la Palabra, y que Dios no puede ser expresado por ningún pensamiento ni forma alguna. Es bien sabido que Orígenes, Clemente y los Rabinos confesaban que la Kabalah y la Biblia eran libros secretos y velados; pero pocos saben que el Esoterismo de los libros kabalísticos en su presente forma reeditada es sencillamente otro velo aún más disimulado, echado sobre el simbolismo primitivo de estos libros secretos.
La idea de representar a la Deidad oculta por la circunferencia de un círculo, y al Poder Creador (macho y hembra o el Verbo Andrógino), por el diámetro que lo cruza, es uno de los símbolos más antiguos. Sobre este concepto han sido construidas todas las grandes cosmogonías. Para los antiguos arios, y para los egipcios y caldeos, el símbolo era completo; pues encerraba la idea del Pensamiento Divino eterno e inmutable en su absolutividad totalmente separado del estado incipiente de la llamada “creación”, y comprendía la evolución psicológica y hasta espiritual, así como su obra mecánica, o construcción cosmogónica. Para los hebreos, sin embargo, aunque el primer concepto se encuentra claramente en el Zohar, y en el Sepher Yetzirah, o lo que queda de este último; lo que ha sido después encerrado en el Pentateuco propiamente dicho, y especialmente en el Génesis, es sólo esta etapa secundaria, a saber: la ley mecánica de la creación, o más bien de la construcción; mientras que la Teogonía apenas se halla bosquejada, si es que lo está.
Solamente en los seis primeros capítulos del Génesis, en el rechazado Libro de Enoch y en el poema mal comprendido y erróneamente interpretado de Job, es donde pueden encontrarse ahora ecos verdaderos de la Doctrina Arcaica. La clave de ésta se ha perdido ahora, hasta entre los Rabinos mas instruidos, cuyos predecesores en los tiempos primitivos de las Edades Medievales, a causa de su exclusivismo nacional y de su orgullo, y especialmente por su odio profundo al Cristianismo, prefirieron arrojarla en el profundo mar del olvido, antes que compartir su conocimiento con sus implacables y fieros perseguidores. Jehovah era la propiedad de su tribu, inseparable de la Ley Mosaica, e incapaz de figurar en ninguna otra. Arrancado violentamente de su marco original, al que se ajustaba, y que estaba ajustado a él, el “Señor Dios de Abraham y de Jacob” no podía ser introducido sin daño ni rompimiento en el nuevo Canon cristiano. Siendo los judíos los más débiles, no pudieron evitar la profanación. Guardaron, sin embargo, el secreto del origen de su Adam Kadmon, o Jehovah macho y hembra; y el nuevo tabernáculo resultó ser por completo inadecuado para el antiguo Dios. ¡Verdaderamente, quedaron vengados! La afirmación de que Jehovah era el Dios de tribu de los judíos y ningún otro superior, será negada como otras muchas cosas. Sin embargo, los teólogos no están en disposición de decirnos, en ese caso, el significado de los versículos del Deuteronomio, que dicen con toda claridad: Cuando el Altísimo [no el “Señor”, ni tampoco “Jehovah”] repartió la herencia de las naciones, cuando separó los hijos de Adán, estableció los límites... con arreglo al número de los hijos de Israel...La parte del Señor [de Jehovah] es su pueblo; Jacob es el lote de su herencia.
Esto fija la cuestión. Tan descarados han sido los traductores modernos de las Biblias y Escrituras, y tanto daño hacen estos versículos, que siguiendo el camino que le han trazado sus dignos Padres de la Iglesia, cada traductor ha interpretado estas líneas a su modo. Al paso que la cita anterior está tomada al pie de la letra de la Versión Autorizada inglesa, en la Biblia francesa vemos el “Altísimo” traducido por “Souverain” (¡Soberano!); los “hijos de Adán”, traducido los “hijos de los hombres” y el “Señor” cambiado en el “Eterno”. En lo que se refiere, pues, a juego de manos descarado, la Iglesia Protestante francesa parece así sobrepujar a la Inglesa misma.
Sin embargo, una cosa es patente: la “parte del Señor [de Jehová] ”es su “pueblo escogido” y ningún otro, pues, sólo Jacob es el lote de su herencia. ¿Qué tienen, pues, que ver otras naciones que se llaman arias, con esta Deidad semítica, el Dios de la tribu de Israel? Astronómicamente, el “Altísimo” es el Sol, y el “Señor”es uno de sus siete planetas, ya sea él Iao (el Genio de la Luna), o Ildabaoth–Jehovah (el Genio de Saturno), según Orígenes y los gnósticos egipcios. Que el “Ángel Gabriel”, el “Señor” del Irán vele por su pueblo, y Miguel–Jehovah, por sus hebreos. Éstos no son los Dioses de otras naciones, ni jamás fueron los de Jesús. Así como cada Deva persa está encadenado a su planeta, así también cada Deva indo (un “Señor”) tiene su parte destinada, un mundo, un planeta, una nación o una raza. La pluralidad de mundos implica la pluralidad de Dioses. Creemos en la primera, y podemos reconocer la segunda, aunque nunca rendirle culto.
Se ha declarado repetidamente en esta obra que todos los símbolos religiosos filosóficos tenían siete significados propios, perteneciendo cada uno a su legítimo plano de pensamiento, sea puramente metafísico o astronómico, psíquico o fisiológico etc. Estos siete significados y sus aplicaciones son bastante difíciles de aprender cuando se consideran por sí mismos; pero la interpretación y comprensión verdadera de ellos se hace diez veces más enigmática cuando, en lugar de relacionarlos o hacer surgir uno de otro y seguirse, se acepta cada uno o cualquiera de ellos como la sola y única explicación de toda la idea simbólica. Puede darse un ejemplo que ilustra admirablemente la afirmación. He aquí dos interpretaciones que dan dos sabios cabalistas y eruditos, de un mismo versículo del Éxodo. Moisés ruega al Señor que le muestre su “gloria”. Es evidente que no es la fraseología cruda de la letra muerta, tal como se encuentra en la Biblia, lo que hay que aceptar. En la Kabalah hay siete significados, de los cuales podemos exponer dos interpretados por los referidos eruditos. Uno de ellos traduce, a la par que explica: “Tú no puedes ver Mi faz;...Yo te pondré en una grieta de la roca y te cubriré con Mi mano al pasar por tu lado. Y luego retiraré Mi mano y verás Mi a’hoor”, esto es, Mi dorso. Y luego el traductor añade en una glosa: Esto es: Yo te mostraré “Mi dorso”, o sea Mi universo visible, Mis manifestaciones inferiores; pero, como hombre aún en la carne, no puedes ver Mi naturaleza invisible. Así procede la Qabbalah.
Esto es correcto, y es la explicación cosmometafísica. Y ahora habla el otro kabalista, dando el significado numérico. Como él envuelve muchísimas ideas sugestivas, está expuesto de un modo mucho más completo y le podemos conceder más espacio. Esta sinopsis procede de un manuscrito inédito, y explica más completamente lo que se expuso en la Sección III, sobre el “Santo de los Santos”.
Los números del nombre de “Moisés” son los de “YO SOY LO QUE SOY”; de modo que los nombres de Moisés y Jehovah están en armonía numérica. La palabra Moiséses hwm(5 + 300 + 40), y la suma de los valores de sus letras, es 345; Jehovah (el Genio por excelencia del Año Lunar) toma el valor de 543, o sea el reverso de 345. En el tercer capítulo del Éxodo, en los versículos 13 y 14, se dice: Y Moisés dijo...: Mira, yo vengo a los hijos de Israel y les diré: El Dios de vuestros padres me ha enviado a vosotros; y ellos me dirán: ¿Cuál es su nombre? ¿Qué debo decirles? Y Dios dijo a Moisés:Yo soy lo que soy. Las palabras hebreas de esta expresión son, âhiyé asher âhiyé; y el valor de las sumas de sus letras. aparece así:
...Siendo el nombre [de su Dios]la suma de los valores que lo componen, 21, 501, 21 es 543, o sencillamente una aplicación de los números dígitos simples del nombre de Moisés...pero arreglados de tal suerte, que el número 345 está invertido y se lee 543. De modo que cuando Moisés implora, “
Según añade el sabio kabalista:
En otras aplicaciones de los números, se vieron mutuamente faz a faz. Es extraño que si añadimos 345 a 543, tenemos 888, que era el valor kabalístico gnóstico del nombre de Cristo, que era Jehoshua o Joshua. También la división de las 24 horas del día da tres ochos como cociente...El fin principal de todo este sistema de Comprobación de Números era conservar perpetuamente el valor exacto del Año Lunar, en la medida natural de los Días.
Éstos son los significados astronómico y numérico en la Teogonía Secreta de los Dioses cósmico siderales, inventada por los caldeo–hebreos; dos significados de los siete. Los otros cinco sorprenderían aún más a los cristianos. La serie de Edipos que han tratado de interpretar el enigma de la Esfinge es verdaderamente larga. Durante edades ella ha estado devorando las inteligencias más claras y nobles de la Cristiandad; pero ahora la Esfinge ha sido vencida. En la gran lucha intelectual que ha terminado con la completa victoria de los Edipos del Simbolismo, no ha sido, sin embargo, la Esfinge quien, avergonzada por la vergüenza de la derrota, ha tenido que sepultarse en el mar, sino en verdad, el símbolo multiforme llamado Jehovah, a quien los cristianos –las naciones civilizadas– han aceptado por su Dios. El símbolo Jehovah ha fracasado ante un análisis demasiado escrutador, y se ha hundido. Los simbologistas han descubierto con espanto que su aceptada Deidad sólo era una máscara de muchos otros Dioses, un planeta extinguido y euhemerizado, cuando más, el Genio de la Luna y de Saturno para los judíos, del Sol y de Júpiter para los primitivos cristianos; que la Trinidad (a menos de aceptar el significado más abstracto y metafísico que le dan los gentiles) era, en verdad, sólo una tríada astronómica, compuesta del Sol (el Padre) y los dos planetas, Mercurio (el Hijo) y Venus (el Espíritu Santo); Sophía, el Espíritu de la Sabiduría, del Amor y de la Verdad, y Lucifer, como Cristo, “estrella resplandeciente de la mañana”. Porque si el Padre es el Sol (el “Hermano Mayor”, en la Filosofía Oriental Interna), el planeta más próximo a él es Mercurio (Hermes, Budha, Thot), el nombre de cuya Madre sobre la Tierra era Maia,. Ahora bien; este planeta recibe siete veces más luz que cualquier otro; hecho que indujo a los gnósticos a llamar a su Christos, y los kabalistas a su Hermes (en el sentido astronómico), la “Luz Séptuple”. Finalmente, este Dios era Bel, pues el Sol era Bel para los galos; Helios entre los griegos; Baal entre los fenicios; El, en caldeo; y de aquí Elohim, Emanu–el, y El, “Dios”, en hebreo. Pero hasta el Dios kabalístico se ha desvanecido en la obra de arte rabínica, y hoy hay que dirigirse al sentido metafísico más profundo del Zohar para ver en él algo que se parezca a Ain Soph, la Deidad Sin–nombre, y lo Absoluto, tan autoritaria y altamente proclamada por los cristianos. Pero ciertamente que no se encuentra en los libros mosaicos, al menos para los que tratan de leer sin la debida clave. Desde que esta clave se perdió, los judíos y cristianos han hecho cuanto han podido para mezclar los dos conceptos, pero en vano. Sólo han conseguido despojar por fin a la misma Deidad Universal de su carácter majestuoso y de su significado primitivo.
Según se dijo en Isis sin Velo:
Parecería, por tanto, natural hacer una distinción entre el dios del misterio Iaw, adoptado desde la más remota antigüedad por todos los que participaban de los conocimientos esotéricos de los Sacerdotes, y sus dobles fonéticos, a los que vemos tratados con tan poca reverencia por los ofitas y otros gnósticos. En las joyas ofitas de King vemos repetido el nombre de Iao y confundido muchas veces con el de Ievo, mientras que éste sólo representa uno de los Genios antagónicos de Abraxas... Pero el nombre Iao ni tuvo su origen entre los judíos, ni era propiedad exclusiva de ellos. Aun cuando Moisés hubiese querido conceder este nombre al “Espíritu” tutelar, la pretendida deidad nacional protectora del “pueblo escogido de Israel”, no hay razón plausible para que otras naciones le recibiesen como el Dios Más Elevado y único vivo. Pero negamos el aserto en redondo. Además, hay el hecho de que Iaho, o Iao fue un “nombre de misterio” desde el principio, pues hrhyy hrnunca se puso en uso antes del tiempo del rey David. Anteriormente a este tiempo, pocos nombres propios o ninguno fue compuesto con Iah o Jah. Parece más bien como si David, que vivió entre los tirios y filisteos, hubiese traído de allí el nombre de Jehová. Hizo él a Zadok alto sacerdote, de quien proceden los adoquitas o Saduceos. Vivió él y gobernó primeramente en Hebrón ()Habir–on ociudad de Kabeir. en donde los ritos de los cuatro (dioses del misterio) se celebraban. Ni David ni Salomón reconocían a Moisés ni a su ley. Aspiraban ellos a construir un templo ahvhy, como las construcciones erigidas por Hiram a Hércules y Venus, Adon y Astarté. Fürst dice: “El nombre muy antiguo de Dios, Yâho, escrito en griego Iaw, parece, aparte de su derivación, haber sido un nombre místico antiguo de la Deidad Suprema de los semitas. De aquí que se le comunicara a Moisés cuando fue iniciado en Hor–eb –la Caverna– bajo la dirección de Jethro, el sacerdote Kenite (o Cainita) de Madián. En una antigua religión de los caldeos, cuyos restos se encuentran entre los neoplatónicos, la Divinidad más elevada, entronizada por encima de los siete Cielos, representando el Principio de la Luz Espiritual...y también concebida como Demiurgo, era llamada Iaw (rhy), que era semejante al Yâho hebreo misterioso e innombrable, y cuyo nombre se comunicaba a los Iniciados. Los fenicios tenían un Dios Supremo cuyo nombre era triliteral y secreto, y éste era Iaw” .
La cruz, dicen los kabalistas, repitiendo la lección de los Ocultistas, es uno de los símbolos más antiguos; y hasta, quizás, el más antiguo de todos. Esto ha sido demostrado desde el principio mismo del Proemio del volumen I. Los iniciados Orientales la presentan como coeva con el círculo del Infinito Deifico, y con la primera diferenciación de la Esencia, la unión de Espíritu y Materia. Esta interpretación ha sido rechazada, y sólo se ha aceptado la alegoría astronómica adaptada a sucesos terrestres hábilmente inventados.
Los creadores del universo material fueron siempre considerados como Dioses subordinados a la Deidad Más Elevada.
Así, pues, por indicación misma de los defensores de este sistema, se prueba que la Deidad judía es, cuando más, tan sólo la Duada manifestada, nunca el TODO absoluto Único. Geométricamente demostrada, es un NÚMERO; simbólicamente, un Príapo euhemerizado; y esto apenas puede satisfacer a una humanidad sedienta de demostraciones de verdades espirituales reales, y de la posesión de un Dios con naturaleza divina, no antropomórfica. Es extraño que los más sabios de los kabalistas modernos no puedan ver en la cruz y el círculo nada más que un símbolo de la Deidad creadora y andrógina, manifestada en su relación e intervención en los fenómenos del mundo.
Esto ha podido satisfacer la mente práctica semita; pero el Ocultista oriental tiene que rechazar la oferta de semejante Dios; pues, verdaderamente, una Deidad, un Ser, “con una mente semejante a la del hombre, sólo que infinitamente más poderosa”, no es Dios alguno que trascienda el ciclo de la creación. No tiene nada él que ver con el concepto ideal del Universo Eterno. Es, cuando más, uno de los poderes creadores subordinados, cuya totalidad es llamada los Sephiroth, el Hombre Celeste, y Adam Kadmon, el Segundo Logos de los platónicos.
Semejantes cálculos no pueden conducir más allá que a descifrar los misterios de la tercera etapa de la Evolución, o la “tercera Creación de Brahmâ”. Los indos iniciados saben, mucho mejor que cualquier europeo, como “cuadrar el círculo”. Pero de esto hablaremos más adelante. El hecho es que los Místicos occidentales principian sus especulaciones sólo en aquel estado en que el Universo “cae en la materia”, como dicen los ocultistas. En todas las series de libros kabalísticos no hemos encontrado una sola sentencia que aludiese, ni aun remotamente, a los secretos psicológicos y espirituales de la “creación” como lo hacen a los mecánicos y fisiológicos.
H.P. Blavatsky
Doctrina Secreta
Tomo IV-fragmentos
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