Una parábola es un símbolo hablado que parece mera fábula o cuento de niños,
cuando en realidad es la representación alegórica de hechos que se han verificado o se
verifican efectivamente, y de los cuales además se deduce siempre una enseñanza moral.
Por eso dice Jesús a sus discípulos (Mateo XIII 10-18) "a vosotros, mis discípulos, os
hablo cara a cara, pero a los demás, al vulgo, les hablo por parábolas, para que viendo no
vean y oyendo no entiendan..., porque no debéis dar los tesoros del Reino del Padre
(Significado Esotérico) a los vulgares, a los cerdos, pues que los pisotearán, y, si pueden,
os devorarán”.
En efecto, las parábolas de Jesús, tomadas todas, por cierto, de las de Hillel, su
maestro, tienen, como las de todos los grandes Instructores o “Maestros de la Compasión
hacia la pobre humanidad desvalida” un doble significado: como fábula primorosísima y
como profunda enseñanza moral, la cual, a su vez, no es sino un velo —el clásico Velo de
Isis- que hay que levantar si se quieren encontrar tras ellas las supremas verdades del
Simbolismo Universal o Sabiduría Primitiva y perdida, que hay que reconstituir.
Verdadera Ciencia de la
Naturaleza, el mismo Ernesto Renán, por eso, en su conocidísima Vida de Jesús nos dice
que “en la parábola era donde más sobresalía el Maestro, y en ese género delicioso nada
había en el judaísmo que pudiera servirle de modelo. Verdad es que en los libros
buddhistas se encuentran parábolas cuyo tono y forma son exactamente iguales a los de
las parábolas evangélicas, pero no es admisible que una influencia buddhista llegase hasta
Jesús. Estas analogías pueden explicarse por el espíritu de mansedumbre y la profundidad
del sentimiento que fueron comunes al buddhismo y al naciente cristianismo”.
Pero nosotros no podemos estar conformes por completo con el poeta-escritor
francés, tan discutido. ¿Qué son, en efecto, todas las narraciones episódicas del Antiguo
Testamento hebreo, sino símbolos y parábolas, cuyo múltiple sentido astronómico,
matemático, filológico, histórico, etcétera, hay que desentrañar?
¿Qué son también la mayor parte de las Suras coránicas, sino “Agadas”, es decir
deliciosas parábolas y símbolos, conservados antes por la tradición como todos los libros
de Oriente, llámense Vedas hindúes, Jashnas y Mil y una noches, parsis; Itiasas, jainos, Iliada y Odisea griegas, Eddas y Nibelungo-Sagas escandinavos, etcétera?
Harto lo dice, en efecto, Mahoma en la Sura II, y. 24, cuando expresa que “Alah
no se avergüenza de poner como parábola ora un mosquito ora otra cosa cualquiera para
símbolo de su enseñanza. Los creyentes saben que la verdad les proviene de su Señor,
pero los infieles dicen: “¿qué es lo que ha querido decirnos Alah al ofrecernos aquélla
como objeto de comparación?” “Con tales parábolas, pues, el Señor dirige a los unos y
extravía a los otros, porque los únicos verdaderamente extraviados son los perversos, los
desventurados, los perturbadores de la Tierra.” Por eso también cuida de añadir que (Sura
XIV, 30), Alah (el Señor, el Instructor), “habla a los hombres por medio de parábolas, a
fin de que reflexionen” y en la “Sura III” consigna que “el Señor es quien nos ha enviado este Libro (el Corán) en el que se hallan versículos inmutables que son como la
‘matriz del mismo, y otros que son alegóricos. Aquellos a quienes su corazón desvía de la
verdadera senda corren detrás de las metáforas por afán de desorden y por deseo de
interpretación, pero la verdad está dentro”.
Todas las cosas visibles y cuantas apreciamos por nuestros aparatos científicos, no
son sino ilusión, “maya”, “sombra” o “proyectiva de invisibles realidades superiores”.
Esta doctrina no es exclusiva del buddhismo, sino que aparece, más o menos desfigurada,
en todas las religiones, y es un postulado necesario de nuestra geometría moderna de las
“ene” dimensiones.
Por eso ha dicho el axioma cabalista: “Si quieres ver en lo invisible,
abre tus ojos a lo visible”, y San Pablo, reproduciendo el pasaje de Platón en su
República que alude a la “Cárcel” o “limitación geométrica” de este mundo, ha cuidado
de añadir: “Cuando era ‘niño’, como niño pensaba, hablaba y sentía, mas, cuando llegué a
‘hombre’ (es decir, a Iniciado), di de mano las cosas infantiles: ahora, las cosas que más
tarde veremos cara a cara, las vemos como por espejo y en la oscuridad”.
Por eso fue un gran acierto el de nuestro queridísimo y antiguo espiritualista
Quintín López, el fundador de la revista Lumen, cuando nos habló de “las ilusiones de la
realidad y de la realidad de las ilusiones”.
“El mundo es sólo apariencia”, ha escrito nuestro amigo Vicente Risco en notable
artículo: tal es la primera verdad estética Como una araña que se enredase en su propia
tela, el espíritu es el prisionero de su representación; la victima de su sueño. El
Bienaventurado Buddha ha dicho: “Toda creencia pertenece al mundo de la vida. El
universo sólo: existe en la imaginación”. Somos los hijos de Kama y de Maya, del Deseo
y de la Ilusión. Así se despliega ante nosotros el velo de Tanit, la mágica fantasmagoría
de la vida. Esta verdad no pertenece sólo al pensamiento oriental, a la doctrina del
Corazón. La doctrina del Ojo la ha formulado también. Manuel Kant, el
seco y frío metafísico de la Prusia filistea, llega a esta conclusi6n en la Crítica de la
Razón Pura: “Nosotros no conocemos el ‘ser’ de las cosas (nóumeno) sino tan sólo el
‘parecer’ de ellas (fenómeno). Ahora bien, el ‘parecer’ es humano; no depende del objeto,
sino del sujeto. Por eso ha dicho con razón Protágoras que el hombre es la medida de
todas las cosas, porque todo lo que el hombre conoce de ellas está en el hombre mismo, y
no en ellas. También ha dicho por la misma razón el grande y desconocido Claudio de
Saint-Martin, que la verdadera ciencia es la que explica las cosas por el hombre y no el
hombre por las cosas, como pretende hacerlo la ciencia materialista. Después de todo, lo
único que realmente conocemos es el hombre, y todo nuestro conocimiento ha de partir
de ahí si es que hemos de explicar lo desconocido en función de lo conocido, aunque
acaso no sea ese el único, ni aun el verdadero camino de la ciencia. En esto estriba la
futura. importancia del arte y de la emoción estética, que acaso está llamada a revelarnos
lo que hay detrás del ‘parecer’ de las cosas, el más adentro de su apariencia convencional.
Está probado que el espíritu artista ve en las cosas lo que los demás no ven, posee un
sentido más, por lo menos, que los demás mortales, y acaso tal sentido sea ‘aquella
especie de anteojo para ver directamente en el ser’, de que habla Nietzsche. Porque el que
podemos llamar ‘pensamiento poético’ es por naturaleza ultraconvencional. El artista se
pone en contacto con las cosas muy de otra manera que el sabio. Hay dos maneras de
afrontar el problema del mundo: se puede adoptar la actitud crítica del filósofo, la actitud
analítica fundada en la duda, una desconfianza que se confía en lo convencional, y se
puede adoptar la actitud mística del poeta, fundada en la fe, la actitud simpática y no defensiva del que ama las cosas sin interrogarlas.. El artista sabe qué no se vive tan sólo
con la verdad, que además de la verdad hay en la vida otras cosas adorables, y es posible
que en su tortuoso camino, por el que marcha con la lámpara apagada, llegue
al fin al palacio de la verdad por no haberla buscado, y aun sin llegar a él, y yendo hacia
otra parte, puede descubrir cien verdades en su camino”.
Encendamos, pues, nuestra lámpara —la lámpara de este libro— y para que el
lector no se llame a engaño he aquí el resumen de las ideas que vamos a desarrollar
apoyadas en otras tantas parábolas de los grandes Maestros:
En edades primitivas o “de Oro” reinó soberana la Verdad hasta que la Mentira
logró disfrazarse de Verdad y engañar al mundo con su Maya o ilusión. La Verdad
desnuda fue rechazada desde entonces por los hombres, enamorados ya de las apariencias
de la Mentira, pero ella, a su vez, se disfrazó con el “Velo de Isis” transformándose así en
mito o fábula, y en Parábola sus consiguientes enseñanzas.
Hubo un hombre, sin embargo —¡habría y hay tantos en todas las Edades!.—, qué
busc6 decidido la verdad en el mundo, en la corte, en el claustro, y doquiera le dijeron
“hace ya muchísimo tiempo que estuvo aquí, pero desapareció y nadie ya ha vuelto a
encontrarla”. ¡ Los dioses, envidiosos de la grandeza del hombre, la habían hurtado, y
escondido nada menos que en el propio corazón humano, porque si lo hubieran hecho en
otra parte, monte, abismo, nube o desierto, el incansable anhelo progresivo del hombre le
habría encontradlo al cabo, mientras que llevándola él, sin saberlo, dentro de su pecho,
donde no mira por desgracia nunca, le sería imposible el volverla, a hallar. Aleccionada,
al fin, la Humanidad por el rebelde Prometeo logra encontrarla mediante esa máquina
terrible de invención y hallazgo que se ha llamado desde entonces Filosofía, o “noscete
ipsum socrático”.
Con la Filosofía, en efecto, caemos en la cuenta de que la “Verdad Absoluta o
Suprema”, no está en ninguna percepción concreta, ni en ninguna ciencia particular
llámese como se llame, sino en el augusto y abstracto misterio del Símbolo porque en el
Símbolo concurren, se aúnan y hacen compatibles las revelaciones parciales de las
diversas ciencias ya que
éstas últimas no son sino ramas de un gran tronco primitivo y oculto.
Porque nosotros, ciegos sempiternos, tenemos siempre interpuesto entre nuestra
vista y el mundo superior de la Verdad un tupido velo que se ha llamado por los poetas el
“Velo de Maya” y por los matemáticos modernos “el misterio geométrico del mundo de
las ene dimensiones del espacio”, desde el día memorable que se cortaron las
comunicaciones entre este pobre mundo de los mortales y los “supermundos” de héroes,
semidioses y dioses antiguos.
Aislados así y todo semejantes mundos superiores, los verdaderos héroes pueden
escalar esos mundos o Jardines de Utgard como lo hizo Thor, el héroe de Carlyle, y los
verdaderos místicos, en alas del arte, la ciencia y el amor, pueden evocar de ellos la
augusta sombra de sus Maestros, como lo realizó el gran filósofo y legislador chino
Kung-tseu con el alma del maestro Ven-yang en alas de su música. Cuando se llega a
tales alturas se comprende ya la terrible verdad de que este mundo no es nuestro mundo,
como el niño Buddha lo comprendió a la vista de la primavera. El alma humana,
entonces, como la Psiquis de la leyenda, se une a su divino Espíritu, no sin pasar las
pruebas más terribles de purificación, pruebas que resultarían a veces duras hasta para los
seres que parecen superiores al hombre. De aquí la consoladora frase de San Pablo relativa a nuestro vencimiento de las potestades del aire, de la divina condición latente o
dormida hoy en el hombre y de su efectiva superioridad sobre los mismos ángeles, al
tenor de sus maravillosas “Epístolas”.
¿C6mo lograr el despertamiento de semejante superioridad, dormida hoy en el
fondo del coraz6n humano? —Nada más sencillo de saber en teoría, ni más difícil de
hacer en la práctica: He aquí algunas de las condiciones requeridas: las unas son negativas o de
remoci6n de obstáculos y las otras positivas o de fe y de esfuerzo liberador.
Entre las primeras aparece el buscar el Sendero sin hacer caso a los ladridos de los
perros que tratan de detenernos; sin escuchar la voz de la adulación como la escuchó en
mala hora el Dragón de la parábola, que guardaba un vano tesoro; ni incurrir en la
ambiciosa credulidad del niño con la mala fruta o la del lego con el pajarillo, ni imitar el
materialismo del discípulo mentecato que quería asir lo inasequible, ni el atrevimiento de
aquel otro que quiso pintar ojos a unos dragones celestes, sin comprender que al ver con
ellos el triste mundo inferior a que el Maestro los trajera, forzosamente tenían que
escapar a su mundo primitivo...
Pero, ¿a qué seguir esta pobre “sinfonía”, preludiando en ella los divinos motivos
de las parábolas respectivas del libro?; ¿a qué profanar el maravilloso contenido de ellas
hasta tanto que el lector las saboree por sí mismo? —Harto atrevimiento supone ya en
nosotros el empequeñecerlas con los deficientes pero bien intencionados comentarios que
a cada una de ellas subsigue.
fragmento de POR EL REINO ENCANTADO DE MAYA
MARIO ROSO DE LUNA
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