Habéis enseñado al pueblo a gritar, pero no a trabajar. Mientras que
los pueblos civilizados que despreciáis han olvidado las alpargatas, vuestros niños van
descalzos y los calzáis con palabras, los arropáis con quimeras, los cubrís con mitos y
promesas de un futuro que siempre es futuro, jamás presente… No os pido perdón por
mi franqueza, sino por habérmela callado tanto tiempo.
Mi interlocutor guardó silencio, pero luego, seguramente, comentó mis palabras
con alguno de los señorones del “Gobierno reformista”, pues pocos días después se me
invitaba muy amablemente a seguir viaje.
Y así los dejé con sus sueños, con su futuro sin presente, con su pasado sin
presente. Y a regañadientes de mis asesores económicos humanos, que habían visto la
oportunidad de algún buen negocio basado en cuentas numeradas, di la orden de partir
de inmediato. Mi buque zarpó de noche y en silencio, como una ocasión que se va.
Ya en altar mar tuve que soportar las críticas amargas de mis acompañantes, que
me acusaban de falta de tacto diplomático. Tuve que recordarles que les pagaba demasiado
bien como para que tratasen de aprovechar mis viajes para explotar a los
pueblos engañados. Luego me consolé a solas, considerando que los perros no tendríamos
una viva inteligencia, pero que nuestro simple corazón lo compensaba con creces.
Sentí orgullo de ser perro.
Una observación de mi capitán me sobresaltó:
–Doctor –me dijo–, perdone que le exprese que su reacción no fue del todo
humana…
Y mi inquietud no provino tan solo de sus palabras, sino de su sarcástica sonrisa.
Algunas ciudades modernas y bien trazadas estaban acordonadas por cientos de
miles de casuchas de lata y ramas. Estas “villa-miseria” se cambiaban de lugar periódicamente,
entre gran aparato de propaganda, y se las rebautizaba como “barrios-obreros”
o “urbanizaciones”, comenzadas siempre con cemento y una marmórea piedra fundamental
y “acabadas” con cañas y paja. En las ciudades, miríadas de mendigos; y los
campos, despoblados, pues la “reforma agraria” había fragmentado la fuerza de la mano
de obra, y sin una cabeza organizadora, los numerosos brazos preferían inclinar una
botella de alcohol antes que los mangos de un arado que, por ser de todos, ya no era de
nadie.
Aprecié cómo el hombre, al igual que nosotros, los perros, prefiere el menor de
los placeres o logros si lo puede disfrutar en paz y a discreción, a los más retumbantes
triunfos huecos de calor, subjetivos y prefabricados para justificar una máquina de
propaganda, a la cual el pueblo siempre obedece, pero jamás comprende; así como
también los perros obedecemos a los látigos, aunque nunca los entendamos. Y ¿no es la
propaganda, en manos de estos “revolucionarios”, un gran látigo que empuja sin
explicar y que avergüenza sin terminar de herir?
Mis conversaciones posteriores me convencieron de las buenas intenciones de
muchos de estos “reformistas”, pero también me hicieron ver las limitaciones a que les
sometía una elaborada mitología autóctona, siempre alentada por los activistas y los
bandidos retitulados “guerrilleros”. En fin, que todos hablaban mucho, planificaban más
y promovían drásticas violencias, no solo desde la tribuna política, sino hasta en la
cátedra universitaria y el púlpito religioso; pero nadie quería trabajar seriamente ni
aceptaba construir fuentes de riqueza, siguiendo la vieja ley de una causa-esfuerzo que
precede a un efecto-logro, prefiriendo soñadas reivindicaciones y nacionalizaciones de
minas, campos y fábricas, que los extranjeros se apresuraban a negociar por haber
dejado de ser productivas y rentables. Así, entre bombos y platillos vi “nacionalizar”
capas de petróleo inaccesibles o empobrecidas; campos erosionados por un cultivo
intensivo y monotípico; transportes que ya ninguna compañía aseguradora internacional
hubiese querido cubrir con pólizas normales. Y mientras se ponía tanto celo en dar tinte
nacional a esas soñadas riquezas, la verdadera, la juventud, era abandonada en las
manos de los activistas extranjerizantes. El resultado estaba a la vista. "
fragmento de Moassy el Perro
Jorge Angel Livraga Rizzi
Editorial N.A.