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Cartas de los Mahatmas-fragmentos

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miércoles, 19 de junio de 2019

Algo de Historia Secreta

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El rabino  Simeón–ben–Iochai  compuso  el  Zohar (rhK), el más  importante  tratado cabalístico de los hebreos, un siglo antes  de  la  era cristiana, según unos  críticos,  y después  de  la  destrucción  del  templo,  según  otros.  Completó  la  obra  el  rabino Eleazar,  hijo  de  Simeón,  ayudado  de  su  secretario  el  rabino  Abba,  cuyo  concurso  era necesario, porque toda la vida de Eleazar no hubiera bastado a dar cima a  una  obra  tanextensa  y  de  materia  tan  abstrusa  como  el  Zohar. Pero  como  los   judíos  ortodoxos sabían  que  el  autor  estaba  en  posesión  de  conocimientos ocultos  y  era  dueño  de  la Mercaba que le aseguraba la recepción  de  la  Palabra, atentaron  contra  su  vida  y  se  vió precisado a huir al desierto, donde estuvo doce años  oculto  en  una  cueva  en  compañía de sus fieles discípulos hasta su muerte, señalada por muchos portentos y maravillas1. Pero no obstante lo extenso  de  la  obra  y  de  tratarse  en ella  de  muchos  puntos  de  la secreta tradición oral, no los abarca todos,  pues  el  venerable cabalista  no  confió  nunca al  escrito  los  puntos  principales de  la  doctrina,  sino  que  los  comunicó  oralmente  a contados discípulos, entre los que se hallaba su hijo único. Por lo tanto, sin  la  iniciación en  la  Mercaba quedará incompleto  el  estudio  de  la  Kábala, y  la  Mercaba sólo puede aprenderse  en  la  “obscuridad”,  en  lugares  apartados  del  mundo  y  después  de   pasar   el estudiante  por   muchas  y   muy  tremendas   pruebas,   para   escuchar   la  enseñanza oralmente cara  a  cara y labio  en  oído.  Desde  la  muerte  de  Simeón–ben–Iochai,   la doctrina oculta ha sido un secreto inviolable para el mundo externo. El precepto masónico  de  labio  en  oído,  o sea  la  comunicación  en  voz  baja,  deriva  de los  tanaímes,  quienes  a  su  vez  la  tomaron  de   los   Misterios   paganos.   La   práctica moderna  de  esta  costumbre  preceptiva  debe  atribuirse  seguramente  a  la  indiscreción de   algún  cabalista   renegado,  aunque   la   palabra  transmitida   es   una   moderna substitución convencional de la “palabra perdida”, según veremos más adelante. La verdadera palabra ha estado siempre en posesión privativa de algunos adeptos,  de modo que tan sólo unos cuantos maestres de  los  templarios  y  otros  tantos  rosacruces del  siglo   XVII, íntimamente  relacionados con los iniciados y  alquimistas  árabes, pudieron envanecerse de  haberla  poseído. Desde  el  siglo VII  al  XV  nadie  la  poseyó  en Europa,  pues  Paracelso  fué  el  primer alquimista  que  recibió  la  iniciación,  cuya  última ceremonia confería  al iniciado  el  poder  de  acercarse  a  la  “zarza  ardiente”  y  de  fundir  el becerro  de  oro  y  disolver  su  polvo  en  agua.

El primer masón activo  de  alguna  importancia  fué  Elías Ashmole,  a  quien  puede considerársele como  el  postrer  alquimista  y  rosacruz.  Fué  recibido  en  la  Compañía  de masones  activos  de  Londres  el  año  1646,   cuando   la   masonería   era  una  sociedad rigurosamente  secreta  sin color político  ni  religioso,  que  admitía  en  su  seno  a  todo amante  de  la  libertad  de  conciencia, deseoso  de  substraerse  a  la  persecución  de  los clericales.  Hasta  unos  treinta  años  de  la  muerte  de  Ashmole,  ocurrida  en  1692,  no apareció  la  moderna  francmasonería,  instituida  el  24  de  Junio  de  1717  en  la  “Taberna del Manzano”, sita en la calle de Carlos del Covent–Garden de Londres. Según  nos dicen las Constituciones  de  Anderson,  las  cuatro  logias  del  Sur  de  Inglaterra eligieron  a Antonio Sayer gran  maestre  de  la masonería,  y  no  obstante  su  relativamente  moderna institución,  estas  logias  se  han  arrogado  la  supremacía  sobre  todas  las  del  mundo, como así se infiere de una inscripción colocada en la de Londres. Dice  Frank  al  comentar  los  exotéricos  delirios  cabalistas,  como  él  los  llama, que Simeón–ben–Iochai menciona repetidamente  lo  que  los  “compañeros” enseñaron en obras antiguas. Entre estos compañeros cita a los ancianos Ieba y Hamnuna,  pero  nada refiere de lo que estos dos hicieron, porque tampoco él lo sabe.

A la  venerable  escuela  de  los  tanaímes,  o  con  mayor  propiedad,  de  los  tananimes  u hombres sabios, pertenecían los instructores de la doctrina secreta  que iniciaron  a  unos cuantos discípulos en el misterio final, pues según dice el Mishna Hagiga, el  contenidode  la  Mercaba sólo  puede  comunicarse  a  los  sabios  ancianos.  La  Gemara es todavía más explícita sobre el particular al decir: “Los principales secretos de los Misterios no  se han de comunicar a todos los  sacerdotes,  sino  tan  sólo  a  los  iniciados”.  El  mismo  sigilo prevalecía en todas las religiones de la antigüedad.

Pero  vemos que ni el Zohar ni  ningún  otro  tratado  cabalístico  contienen doctrina puramente  judía,  sino que, como  resultado de milenios de estudio, es común patrimonio de todos los adeptos del mundo.

Sin embargo, el Zohar en su  texto original y con  los  signos  secretos  del  margen,  no  según  traducción  y  comentario  de  los  críticos modernos,  es  la  obra  que  enseña mayor   suma   de  ocultismo   práctico.  Las enseñanzas de magia práctica que dan  el Zohar y  otros  tratados  cabalísticos,  sólo aprovecharían a quienes acertaran  a  leerlas  interiormente. Los  apóstoles  cristianos,  por lo  menos  los  que  obraban  milagros  a  voluntad, debieron estar  enterados  de  esta ciencia, y  así  no  es  bien  que  los  cristianos  tachen   de   superstición  los  talismanes, amuletos y piedras mágicas con que  su  poseedor  logra ejercer  en  otra  persona  aquella misteriosa influencia llamada  vulgarmente “mal    de    ojo”. En    las    colecciones arqueológicas,  así  públicas  como  particulares,  pueden  verse  todavía  piedras  convexas con  enigmáticas  inscripciones  rebeldes  a  toda  hermenéutica,  como  por  ejemplo,  la cornerina blanca  descrita  por  King,   cuyos   reverso   y  anverso   están   cubiertos  de inscripciones que  sólo  pueden  interpretar  los  adeptos.  De  los  talismanes que  en  su citada  obra  nos  da  King  a  conocer,  se  infiere que  el  evangelista  San  Juan,  el  iluminado de  Patmos,  estaba  muy  instruido  en  la  ciencia cabalística,  pues   alude  claramente  a  la cornerina blanca  y  la  llama  alba petra o  piedra  de  iniciación, que  por  lo  general lleva grabada la palabra premio y se le entregaba al  neófito  luego  de  vencidas  felizmente  las pruebas  del  primer grado  de  iniciación. El  Apocalipsis,  como  el  Libro  de  Job,  es  un alegórico relato   de   los   Misterios   y   de   la  iniciación   en   ellos   de  un candidato, personificado  en  el  mismo  San  Juan.  Así  lo  comprenderán  necesariamente los  masones de  grado  superior,  pues  los  números  siete, doce y  otros, tan  cabalísticos  como  éstos, bastan para esclarecer las tenebrosidades  de  dicho  libro.  Tal  era  también  la opinión  de Paracelso.

Los  amuletos  católicos y  las  reliquias  bendecidas  por  los  pontífices  romanos  tienen el mismo origen que las piedras y pergaminos mágicos de Efeso, las  filacterias y las hebreas con  versículos  de  la  Escritura  y   los  amuletos  mahometanos  con versículos del Corán. Todos sirven igualmente  para  proteger  a  quien cree  en  su  eficacia y encima los lleva. Así es que cuando Epifanio reconviene a los maniqueos  por  el  uso  de amuletos   (periapta),   que   califica   de   supersticiones   y  fraudes,   debe  incluir   en   la reconvención los amuletos de la Iglesia romana. Pero la consecuencia es una virtud que la influencia jesuítica va debilitando  más  y  más entre los clericales. El astuto, solapado,  sagaz  y  terrible jesuitismo  es  como  el  alma  de la  Iglesia  romana,  de  cuyo  poder  espiritual  se  apoderó   por  entero.  Conviene,  pues, comparar la moral jesuítica con la de los antiguos  tanaímes  y  teurgos,  para  descubrir  la íntima relación que con  las  sociedades  secretas  tienen  los  arteros enemigos  de  toda reforma. No  hay  en  la  antigüedad  escuela  ni asociación  ni  secta  alguna  que  se  parezca siquiera  a  la  Compañía  de  Jesús,   contra  cuyas  tendencias  se  levantaron  generales protestas apenas nacida,  pues  a  los  quince  años  de  su  constitución  se  deshicieron  de  ella  los  gobiernos  de  Europa.  Portugal  y  los  Países  Bajos  expulsaron  a  los  jesuítas  en 1578; Francia  en  1594;la  república  de  Venecia  en  1606; Nápoles  en  1622; Rusia  en1820.

Desde su adolescencia mostró la Compañía de  Jesús las  mañas  que  todo  el  mundo  le reconoce,  que  han  causado  más  daños  morales  que  las  infernales huestes  del  mítico Satán.  No  le  parecerá  exagerada  esta  afirmación  al  lector  cuando  se  entere  de  los principios, máximas y reglas de los jesuítas, entresacados de sus propios autores y de  la obra  mandada  publicar   por  decreto  del  Parlamento  francés  (5  de  Marzo  de  1762) y revisada  por  la  comisión  que  se  nombró  al  efecto14.   Esta   obra  fué   presentada   al monarca para que,  como  hijo  primogénito  de  la  Iglesia,  advirtiese  la  perversidad  de (como dice textualmente el decreto del Parlamento) “una doctrina que  permite  el robo,el asesinato, el perjurio, la fornicación, el parricidio y el regicidio, y sobre las  ruinas  de  la religión quiere erigir la superstición, la hechicería, la impiedad y la idolatría”.

A  pesar  de  las  afirmaciones contrarias,  ha  resultado   que   la   Compañía   de  Jesús pertenece  en   uno   de   sus   aspectos   al   linaje   de   las    sociedades    secretas. 
Sus constituciones, traducidas  al  latín  en  1558  por  el  P.  Polanco  e  impresas  en  Roma,  se mantuvieron en riguroso secreto, hasta que en 1761 mandó publicarlas el Parlamento francés cuando el famoso proceso del P. Lavalette. Los grados de la orden son  seis, a  saber:  novicios,  hermanos,  sacerdotes,  coadjutores, profesos  de  tres  votos  y  profesos  de  cinco votos.  Además, hay un  séptimo  grado secreto,  tan  sólo  conocido  del  general  de  la  orden  y  de  unos  cuantos  dignatarios,  en que  consiste  el  terrible  y  misterioso  poder  de  la  Compañía,   uno   de  cuyos  mayores timbres  de  gloria  es  para  ellos  la  reorganización del sanguinario tribunal  del  Santo Oficio, a instancias de Loyola.

Nunca  nos   precaveremos  suficientemente  contra  su  influjo,  pues  como  la  Orden  se funda en  la  absoluta y  ciega obediencia, puede convertir toda   su  fuerza  hacia determinado punto. Por  su  parte,  sostienen  los  jesuítas  que “la  Orden  no  es  de  institución  humana sino que la fundó el mismo Jesús al trazarle la regla de  conducta, primero con su ejemplo y después con su palabra”. Veamos,  pues,  esta  regla  de  conducta,  y  entérense  de  ella  los  cristianos  piadosos.  Al efecto, entresacaremos los siguientes pasajes de obras de los mismos jesuítas: "Si lo manda Dios es lícito matar  a  un inocente, robar  y  fornicar;  porque  Dios  es  Señor  de vida y muerte y de todas las cosas, y debemos por lo tanto cumplir sus órdenes. El religioso que temporáneamente se despoja del  hábito con  algún  propósito criminal,  no comete pecado abominable ni tampoco incurre en pena de excomunión 23"

23 Antonio Escobar: Teología moral, tomo I, libro III, sec 2, probl. 44, núms. 212  y  213.  Lugduni, 1652 (Ed.Bibl.  Acad.  Cant). 

No   sigamos    adelante,   porque   tan   repugnantes   por   lo   hipócritas,  licenciosos  y desmoralizadores  son  estos  preceptos,  que  no  es  prudente  traducir  del  latín  muchos de ellos, y así tan sólo citaremos más adelante los menos espinosos. Pero ¿qué porvenir  aguarda  al  mundo  católico si  ha  de  continuar  dominado  por  esta nefanda sociedad?

Cuando  en  1606  fueron expulsados  de  Venecia los  jesuítas,  se  sublevó  contra  ellos violentamente el  sentimiento popular.  La  multitud  siguió  tras  los  expulsados  hasta  el embarcadero, despidiéndoles con  gritos  de: ¡id enhoramala!    Según  comenta  Michelet, de  quien  tomamos  estos  datos,   aquel   grito  no  cesó  de  resonar  en  los  dos siglos siguientes: en Bohemia el año 1618; en  la  India el de  1623,  y  en  toda  la  cristiandad  en 1773.

Los  traductores  de  la Biblia han  tergiversado  de tal modo los conceptos, que  únicamente   los   cabalistas   pueden   restablecer   el significado original. La  doctrina  de  la  naturaleza  trina  del  hombre  está  explícitamente  expuesta  en  los libros  herméticos,  en   la  filosofía  de  Platón  y  en  las  doctrinas  indoísta  y  budista.  Sin embargo,  es   una   de   las  enseñanzas más  importantes  y  menos  comprendidas  de  la ciencia hermética. Los Misterios egipcios, de los que tan  sólo conoce  el  mundo  lo  poco que  de  ellos  nos  dicen las Metamorfosis de  Apuleyo,  ejercitaban  a  los   iniciados   en  las más heroicas virtudes  y le transmitían  conocimientos  que  en  vano  buscan  en  los  libroscabalísticos los modernos investigadores, y que las enigmáticas enseñanzas de la Iglesia romana,  inspirada  por  los  jesuitas,  serán incapaces  de  descubrir.  Resulta,  por  lo  tanto, un   agravio   para  las   antiguas   confraternidades   secretas   de  iniciados   comparar   sus doctrinas con  las alucinaciones  de  los  discípulos  de  Loyola,  por  sinceros que fuesen  en los primeros tiempos de la Orden. Uno  de  los  más  poderosos  obstáculos  para  la  iniciación, así entre los  egipcios  como entre los  griegos,   era   el   haber   derramado   sangre humana   en   cualquiera   de   las modalidades  del  homicidio.   En  cambio,   una   de   las  mayores  recomendaciones para  el ingreso en la Compañía de Jesús es el haber cometido  o  estar dispuesto  a  perpetrar  un asesinato en defensa del jesuitismo, según se colige del siguiente pasaje: "Los hijos que profesen la religión católica pueden acusar a sus padres del crimen de herejía si tratan de apartarlos de la fe; y esto aunque sepan de antemano que han de ser condenados a muerte  en  hoguera, como  Tolet enseña...Y no sólo pueden  negarles  el  alimento,  sino también matarlos con justicia."



Plinio  menciona  tres  escuelas  de  magiauna  de  origen desconocido  por  lo  antigua;  la segunda  fundada  por  Osthanes  y   Zoroastro;   la   tercera establecida  por  Moisés  y Jambres. Sin embargo, estas  mismas  escuelas  derivaron  sus  enseñanzas  de  la  India,  de las  comarcas  que  se  extienden  a  uno  y  otro   lado  de   los  Himalayas.  Las  arenas  del desierto  de  Gobi,  en  el  Turquestán  oriental,  encubren más de un secreto y  los  sabios del Khotan han perpetuado curiosas tradiciones y raros conocimientos alquímicos. Dice Bunsen que las oraciones  e  himnos  del  Libro  de  los  muertos datan  de  la  dinastía premenista de  Abydos,  por  los  años  4500  a  3100  antes  de  J.  C.  El  sabio  egiptólogo remonta al año 3059 el reinado de Menes o establecimiento del imperio nacional,  antes de  cuya  época  se  conocía  ya  el  culto  de  Osiris  y  demás  divinidades  de  la  mitología egipcia. Por otra parte, Bunsen nos lleva mucho más atrás de  los  cuatro mil  años  computados por  la  Biblia  a  la  actual  edad  del  mundo,   y  en  los  himnos  correspondientes  a  esta preadámica era encontramos preceptos  morales  idénticos  en el fondo  y  muy  parecidos en la forma a la doctrina expuesta  por  Jesús  en  el  sermón  de  la  montaña.  Así  se  infiere de   las  investigaciones  llevadas   a   efecto   por    los    más   eminentes egiptólogos  y hierólogos. Dice Bunsen sobre el particular: Las inscripciones    de    la    duodécima    dinastía    abundan    en    fórmulas    ritualísticas correspondientes  a  muy primitivos tiempos,  así  como  se  ven  extractos   de   los   libros herméticos en los monumentos de las primeras  dinastías...De  estas  inscripciones  se  infiere que para   los  egipcios   el  primer   fundamento  de  piedad consistía  en  dar  de  comer   al hambriento,  de  beber  al  sediento,  vestir  al  desnudo  y  enterrar  a  los  muertos.  En  aquella época se conocía ya la doctrina  de  la  inmortalidad  del  alma, según demuestra  la  tablilla  n.º 562 del Museo británico. Y  acaso  sea  mucho  más  antigua,  porque  se  remonta,  en  efecto,  a   la   edad   en   que   el alma  era  un  ser  objetivo,  y  por  lo  tanto  no  podía  negarse  a  sí  misma,  cuando   la espiritualidad de la raza humana no conocía la muerte.  Hacia la declinación del ciclo  de vida, el  etéreo hombre  espiritual  cayó  en  dulce  sueño  de  transitoria  inconsciencia para despertar en todavía más alta y luminosa esfera; pero  así  como  el hombre  espiritual  se esfuerza  continuamente  en  ascender  a  su  fuente  originaria,  pasando  por  los  cielos  y esferas de la vida individual, el  hombre físico había  de  incorporarse  al  ciclo  máximo  de la creación universal hasta revestirse  de  carne.  Entonces  quedó  el  alma  demasiado abrumada por el peso de las terrestres vestiduras para reconocerse a sí misma, excepto en aquellas naturalezas delicadas, que escasean más y más en cada ciclo. Sin embargo, ningún pueblo prehistórico negó jamás   la   existencia  del  verdadero hombre,  del  Yo  superior,  pues  la  filosofía antigua enseñaba que  sólo  el  espíritu  es inmortal y que el alma no es por sí misma eterna ni divina,  sino que,  unida  íntimamente a su envoltura terrestre, se convierte en la mente finita, en el principio  de  la  vida animal o nephesh de las Escrituras hebreas, según se infiere de los siguientes pasajes: Y crió Dios las grandes ballenas y toda ánima (nephesh) que vive y se mueve.

Con esto se da a entender la creación de los animales....
Y fué hecho el hombre en ánima (nephesh) viviente41.
Aquí vemos que la palabra nephesh se  aplica  indistintamente  al  hombre  inmortal y  al bruto mortal. Porque la sangre de vuestras ánimas (nephesh) demandaré de mano de todas las bestias. Salva tu ánima (nephesh). No le quites la vida (nephesh). El  que  hiriere animal restituirá otro  en  su  lugar,  esto  es, alma por alma (nephesh pornephesh)



Hay hermandades secretas que no se relacionan con los  sedicentes países  civilizados  y mantienen oculta  en  su  seno  la  secular  sabiduría. Estos  adeptos podrían  si  quisieran atestiguar  su  incalculable  antigüedad  de  origen con documentos  comprobatorios  que esclarecerían muchos puntos obscuros de la historia, así  sagrada  como  profana;  pero  si los  Padres  de  la  Iglesia  hubiesen  conocido  las   claves   de  los   escritos  hieráticos  y  el significado  de  los  simbolismos  egipcio  e  índico,  seguramente  que  no  escapara  a la mutilación ningún monumento antiguo, aunque  la  casta  sacerdotal  tuvo  buen  cuidado de anotar en sus secretos anales jeroglíficos todo cuanto con ellos se  relacionaba. Estos anales  se  conservan  todavía,  por  más  que  no  sean  del  dominio  público, y  contienen  el historial de monumentos desaparecidos para siempre de la vista de los hombres.


H.P. Blavatsky- Isis sin Velo

viernes, 7 de junio de 2019

Después de la muerte


El hombre  de  pura  y  virtuosa  vida  no  ha  de  temer  castigo  alguno,  pues  tan  sólo  queda sujeto a una  detención en el mundo  astral,  hasta  que  esté  bastante  purificado  para recibir  la  Palabra  de  su  Señor  espiritual,  perteneciente  a  la  poderosa  Hueste; pero  si durante la vida prevalece la naturaleza animal, queda el alma más o  menos inconsciente del espíritu, según el grado de sensibilidad cerebral  y  nerviosa,  hasta  que  más  o  menos tarde  acaba  por  olvidarse  de  su  divina  misión  en  la  tierra.  Porque  si  a  manera  del vurdalak o  vampiro  de  la  leyenda  servía,  el  cerebro  se  nutre  y  vigoriza  a   expensas   del espíritu,  la  ya  semi–inconsciente alma  queda  embriagada  con  los  vapores  de  la  vida terrena,  pierde  toda esperanza  de  redención  y  es  incapaz  de  vislumbrar  el  brillo   del espíritu  y  de  oír  las  admoniciones  de  su  “ángel custodio”,   de   su   “dios”.  Entonces convierte  el  alma  sus  anhelos  a  la  mayor  plenitud  de  la  vida  terrestre,  con  lo  que únicamente puede  descubrir  los  misterios  de  la  naturaleza  física.  Todas  sus  penas  y alegrías,  esperanzas  y  temores  se  contraen  a  las  vicisitudes  de  la  vida  mundana  y rechaza  cuanto  no  puede  percibir por sus órganos  de  actuación  sensoria.  Poco  a  poco va  muriendo  el  alma  hasta  su  completa  aniquilación,  lo  cual  ocurre  a  veces  muchos años antes de morir el cuerpo físico, en cuyo principio vital ha quedado  ya  absorbida  el alma  cuando  llega  la  hora  de  la  muerte.  El  único  residuo   de   la  entidad   humana   en semejantes circunstancias  es  un   cadáver   astral   a   manera  de  bruto   o   idiota,   que impotente  para  elevarse  a  más  altas  regiones,  se  disuelve  en  los  elementos  de  la atmósfera terrestre. Los videntes, los  justos, cuantos  lograron  el  supremo conocimiento del  verdadero hombre, recibieron enseñanzas divinas  en  sueños o   por  otros   medios   de comunicación. Auxiliados  por  los  espíritus  puros  que  moran  en  las  regiones  de  eterna bienaventuranza, predijeron los  videntes  el  porvenir  y  previnieron a  la  humanidad contra futuras contingencias. Aunque  el  escepticismo  se  burle  de  estas  afirmaciones, están  corroboradas  por  la  fe basada  en  el  conocimiento espiritual que ilumina laconciencia superior. En el  ciclo que  atravesamos  menudean  los  casos  de  muerte  de  almas  y  a  cada  punto tropezamos con gentes desalmadas. No es, por lo tanto,  extraño que Hegel y  Schellinghayan  fracasado  en  su  tentativa  de  planear  un  abstracto  sistema  metafísico,  cuando hombres que de  cultos  se precian niegan  de  plano  contra  toda  evidencia  los  palpables fenómenos espiritistas  que  ocurren todos  los  días  y  a  toda  hora.  Si  los  materialistas niegan lo concreto, menos dispuestos todavía estarán para aceptar lo abstracto


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martes, 4 de junio de 2019

DE LA DECADENCIA DE LA MASONERIA

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Se cree que el nieto de Cam condujo al país de Mizraim  el delta  sagrado  del  patriarca Enoch,  y  por  lo  tanto,  únicamente puede encontrarse  en  Egipto  y  países  de  Oriente  la Palabra  sagrada;  pero  teniendo  en  cuenta  que   tanto   amigos  como  enemigos   han divulgado los más importantes secretos de  la masonería,  no  será  malicia  ni  animosidad decir que  desde  la  infausta  catástrofe  de  los  templarios  ninguna logia masónica  de Europa,  ni  mucho  menos  de  América,  ha  sabido  nada  digno  de  permanecer  oculto. Los  furiosos  ataques  de  católicos  y  protestantes  contra  la  masonería resultan  tan ridículos  como  la  afirmación del  abate  Barruel  al  decir  que  los  actuales  francmasones descienden de los templarios  suprimidos  en  1314.  En  sus  Memorias  del  jacobinismo, el citado  abate,  testigo  presencial  de  la  Revolución  francesa,  trata extensamente  de  los rosacruces  y  otras  comunidades  masónicas;  pero  la  circunstancia   de   atribuir   a   los templarios  la  paternidad  de  los  modernos  masones  y  de  achacarles  la  perpetración  de todos los crímenes políticos, demuestra cuán  poco enterado estaba  de  esta  cuestión  y cuán ardientemente deseaba poner  a  los  masones  como  cabeza   de   turco   donde descargar la culpabilidad  de  los  golpes  que  asestaba  desde  la  sombra  la  Compañía  de Jesús,   en   cuyos   tenebrosos   conventículos  se  han  fraguado  multitud   de   crímenes políticos. 

Las   acusaciones   contra   los   masones   no  tuvieron   otro   fundamento   que  simples conjeturas  insinuadas  por  la  premeditada  intención  de  envilecerlos.  Ninguna  prueba concluyente de culpabilidad se  ha podido  aducir,  y  el  mismo  asesinato  de  Morgan  fué un pretexto de que los  farsantes  de  la  política  se  aprovecharon  con  fines electorales. En cambio,  los  jesuítas,   no  sólo  toleraron  sino  que  aun  indujeron  en  ciertos  casos  al regicidio y al crimen de lesa patria

Ningún juramento  tendrá  fuerza  bastante  para  ligarnos, hasta  que  se  universalice  la convicción de que la humanidad es el más sublime reflejo del Supremo Ser en la  tierra  y todo  hombre  una  encarnación  de  Dios;  hasta  que  el  sentimiento  de  responsabilidad personal esté  tan  vigorizado  en  el  hombre,  que  repugne  el  perjurio  como  el  mayor agravio inferido a sí mismo y a sus semejantes. La palabra de honor obliga a cuanto  hoy no puede obligar el juramento. Resulta,  por  consiguiente, un  abuso  de  confianza pública  apoyarse,  como  Robertson lo hizo en sus conferencias, en parciales y tendenciosos testimonios.  No  es,  según  dicen ellos, “el malicioso espíritu  de  la  masonería  en  cuyo  corazón  se  acuñan  las  calumnias”, sino el del clericalismo católico y sus corifeos. Ninguna confianza merece el hombre  que intente conciliar el honor con el perjurio. Clamorosamente  presume  el  siglo  XIX  de  mayor  civilización que  los  precedentes,  y más clamorosa es todavía la presunción clerical de que el cristianismo redimió al mundo de  la  idolatría  y  de  la  barbarie.  Pero  ni  el  siglo  ni  la  Iglesia  tienen razón,  según  hemos visto  en  el  transcurso  de  esta  obra.  La  luz   del  cristianismo sólo   ha   servido   para alumbrar  la  hipocresía  y  los  vicios  estimulados  por  sus  tergiversadas  enseñanzas

No   nos   mueve   ningún sentimiento   personal   en   estas   consideraciones sobre  la masonería, cuyos originarios estatutos respetamos profundamente; pero combatimos  la  adulteración  de  principios  en  que modernamente ha degenerado  por intrigas de  los cleros católico  y  protestante.  La  masonería presume  de  ser  la  más  pura organización democrática y está monopolizada por los plutócratas y los  ambiciosos.  Se presenta  como  maestra  de  la  verdadera  ética  y  es  en  realidad  la  propagandista  de  la teogonía antropomórfica. En el primer grado  de iniciación oye  el  aprendiz  de  labios  del venerable que toda categoría  social  se  queda  a  las  puertas  de  la  logia,  pues  allí todos son  hermanos  sin  distinción  entre  el  monarca  y  el  mendigo;  pero  en  la  práctica  es  la masonería servil cortesana de  cualquier regio vástago  que  con propósito  de  valerse  de ella para fines políticos se digne ponerse el un día simbólico vellocino

De la decadencia de la masonería podemos juzgar por lo que dice Yarker:  Nada perdería  la asociación   masónica   si   adoptara una más elevada norma de compañerismo  y  moralidad  con exclusión  de  todo  boato  y  de  cuanto lleva  en  sí  fraudes, imposturas, concesión de grados y otros abusos  inmorales...Tal como  está  hoy  gobernada la confraternidad masónica,  va  convirtiéndose  rápidamente en el paraíso  de  la  buena vida, del caritativo hipócrita que olvidando el consejo de San Pablo decora su pecho con  la  “joya de la caridad”, y en cuanto obtiene la “púrpura” desdeña a sus hermanos más capaces aunque menos ricos. Tal es el fabricante de mezquino oropel masónico,  el  ruin  mercader que estafa a miles de incautos prevalido de las  dúctiles conciencias  de  los  pocos  que hacen caso  de  sus O. B. Tales son los  “emperadores”  masónicos  y  otros charlatanes que obtienen poderío  y riquezas gracias a los pujos aristocráticos con  que  captan  la  voluntad  del  vulgo...Creemos haber apuntado suficientemente la relación de los ritos masónicos con los  de  la  antigüedad, así  como  la  pureza   del  rito templario  inglés   de   siete   grados,   del   que derivaron espuriamente muchos otros. 

No es nuestro intento revelar secretos que hace  tiempo divulgaron  masones  perjuros, pues todo cuanto de esencial haya en los símbolos, ritos y consignas que hoy  emplea la masonería,  lo  conocen  las  hermandades  orientales,  aunque  no  exista  entre éstas  y aquélla comunicación alguna. Pero si algunos masones han aprendido  un  tanto  de  la  masonería esotérica, gracias  al estudio  de  libros  herméticos   y   de  su  trato   personal   con  “hermanos”   del   remoto Oriente, no ocurre lo mismo con la generalidad  de  masones  norteamericanos,  a  quienes conviene advertir que ha llegado el  tiempo  de restaurar  la  masonería  y  restituirla  a  los límites que le señalaron las primitivas hermandades, con  cuyo  espíritu  se envanecían  en el siglo XVIII los  fundadores de  la  masonería  puramente  especulativa. Desde entonces ya  no  hay  secretos  masónicos,  pues  la  Orden  va  convirtiéndose  en  una asociación degradada por gentes egoístas y malévolas

El Consejo supremo  del  rito  antiguo  y  aceptado, reunido recientemente  en  Lausana, se pronunció en contra de la impía creencia en un Dios personal con atributos humanos, en la siguiente declaración: “La masonería proclama,  como  viene proclamando desde  su origen,  la  existencia  de   un  Principio  creador  denominado  el  “Gran Arquitecto   del universo”.  De  esta  declaración protestó  una  exigua  minoría  de  masones, diciendo  que “la creencia en un Principio creador  no  satisface  ni  equivale  a  la  creencia  en  Dios  que  la masonería exige de todo candidato”

La Orden del  Temple  fué  la  última  sociedad  secreta  que  poseyó  colectivamente algunos de los misterios orientales, aunque  tanto  en  el  siglo pasado  como  en  nuestros días  hubo, y  tal  vez  hay,  “hermanos” aislados que fiel  y  secretamente trabajaban bajo la dirección   de   las   fraternidades   orientales   y   que   al   afiliarse  a alguna  asociación masónica  de  Europa  la  instruyeron  en  todo  lo  que  de  importante  han  sabido   los masones,  lo  cual  explica  la  analogía  entre  los  Misterios  de  la  antigüedad  y  los  grados superiores de la masonería. Estos  misteriosos  hermanos  jamás  descubrían,  ni  aun entre sí, los  secretos de la  asociación  a  que  se  afiliaban,  pues  eran mucho  más  sigilosos  que los mismos masones, y cuando consideraban a alguno de éstos digno  de su confianza  le iniciaban secretamente  en  los  misterios  orientales,  sin que  los  otros  supieran  ni  una palabra más de lo que sabían. Nadie  ha  podido  sorprender  la  actuación  de  los  rosacruces,   cuyo organismo  y finalidad  son  todavía, como siempre  lo  fueron,  desconocidos  para  el  mundo,  y  más particularmente  para  su  enconado  enemigo  el  clericalismo,  a  pesar  de  los  supuestos descubrimientos  de  cámaras  secretas,  velarios  llamados  “T”  y   fósiles  caballeros  de lámparas perpetuas,  y  a  pesar  también  de  las  engañosas confesiones que  el  tormento arrancaba a los teósofos, alquimistas, cabalistas, fingidos templarios y falsos rosacruces que murieron en la hoguera. En cuanto   a   los   modernos   caballeros  templarios  y  a  las   logias  masónicas   que pretenden  descender  directamente  de  la  antigua  Orden del   Temple,  no poseen  ni poseyeron nunca ningún secreto peligroso para la Iglesia, cuya  persecución  contra  ellos tuvo  desde  un   principio  apariencias  de  farsa,  pues, según  dice  Findel,  los  grados escoceses,  o  sea  la  ordenación  templaria,  data  tan  sólo  de  los  años  1735  a  1740, y siguiendo sus tendencias católicas, establecieron  su  residencia  principal  en  el  colegio  de jesuitas de Clermont, en Paris, por lo que se le denominó rito de Clermont. El actual  rito  sueco  tiene también  algo  del  elemento  templario,  pero  está libre  de   la influencia jesuítica y no se entremete en política.

Sobre la presumida filiación de los actuales caballeros templarios dice Wilcke: Los  actuales  caballeros   templarios   de   París  pretenden  descender  directamente  de  la antigua Orden y tratan de probarlo por  medio  de sus reglas internas, enseñanzas secretas  y otros documentos. Según Foraisse,  la  masonería  nació  en  Egipto  y  Moisés  comunicó  sus  enseñanzas  a  los  hebreos,  Jesús  a  los  apóstoles,  y  por  este  camino  llegaron hasta los templarios.  Todas  estas  invenciones  necesitan  los  templarios  parisienses  para  apoyar  su pretensión sin  que  las  apoye  la  historia,  pues todo este artificio  se  tramó  en  el  Capítulo superior de Clermont al amparo de los  jesuítas,  que por entonces contaban con  el  favor  de los Estuardos

Entre éstos y los antiguos  no hay  a  lo  sumo  otra analogía que  la  adopción  de  ciertos ritos  y  ceremonias  de  índole  eclesiástica,  astutamente incorporadas  por  el  clero  a  la antigua  Orden,  que  desde  entonces  fué  perdiendo  la  primitiva  sencillez  de  carácter hasta su total ruina. La Orden del Temple fué instituida el año 1118  por  Hugo  de  Payens  y  Godofredo  de Saint–Omer con  el aparente propósito  de  proteger  a  los  peregrinos  de  Jerusalén,  pero con  el  verdadero  objeto  de  restaurar  el  primitivo  culto   secreto.  Teocletes,  sumo  sacerdote de los nazarenos juanistas, instruyó  a Hugo  de  Payens  en  la  verídica  historia de  Jesús  y  del  cristianismo  primitivo,  y  posteriormente  otros  dignatarios  de  la  misma secta  le  iniciaron  en  sus misterios.  Su  oculto  designio  era  libertar  el  pensamiento  y restaurar la religión única y universal.  En  un  principio  hacían  voto  de  pobreza,  castidad y  obediencia,  de  suerte  que  fueron los  verdaderos  discípulos  del  Bautista,  que  se alimentaba en el desierto de langostas y miel silvestre.  Tal  es  la  verdadera  y  tradicional versión cabalística. Es un error  creer  que  la  Orden  de  los  templarios  no  se  declaró  contra  el  dogma católico hasta sus últimos  tiempos,  pues  desde  un principio fué  herética  en  el  sentido que  la  Iglesia da  a  esta  palabra.   La  cruz  roja  sobre  manto  blanco  simbolizaba,  como entre los  iniciados  de  los  demás  países,  los  cuatro  puntos  cardinales del  universo. Cuando  más  tarde  tomó   la  Orden carácter  de  logia  y  comenzaron  las  persecuciones, hubieron  de  reunirse los  templarios  muy  secretamente  en  la  sala  capitular,  y  para mayor  seguridad  en  cuevas  o  chozas  levantadas  en  medio  de  los  bosques,  con objeto de practicar  las  ceremonias  propias  de  su   institución,  al  paso   que   en   las   capillas públicas celebraban el culto católico. Aunque eran  infamemente  calumniosas  la  mayor  parte  de  las  acusaciones  levantadas contra  los  templarios  a  instigación  de  Felipe  IV  de  Francia,  había  fundamento  para inculparles  de  herejía,  según  el  criterio  dogmático  de  la  Iglesia  romana.  Los  actuales templarios  no  pueden  conciliar  su  fe  en  la  Biblia  con  la  pretensión  de  ser  directos  descendientes  de  aquellos  nazarenos  que  no  creían  en  la  divinidad  ni  en  la  misión redentora  de   Cristo   ni  en  sus  virtudes  taumatúrgicas  ni  en  los  principales dogmas católicos, como la transubstanciación, los santos,  las reliquias  y  el  purgatorio.  El  Cristo era para los nazarenos un falso profeta; pero a Jesús  lo  respetaban  como  hermano.  San Juan Bautista era  su  Maestro;  pero  nunca  le  tuvieron  en  el  concepto  que  lo  tiene  la Biblia.  Por  otra  parte,  respetaban  las  doctrinas  de  la  alquimia,  astrología  y  magia,  asícomo los talismanes cabalísticos y seguían las enseñanzas de sus jefes

Sobre el particular dice Findel:

En el siglo  pasado,  cuando  la  masonería  se  consideraba engañosamente hija de los templarios, era  muy difícil creer  en  la  inocencia  de  esta  Orden,  pues  se  acumularon  contra ella  multitud  de  patrañas  e  imputaciones  no  comprobadas, con deliberado  propósito  de sofocar  la  verdad. Los    masones,    admiradores    de    los    templarios, recogieron  la documentación del   proceso,   publicada   por   Moldenwaher,  en   donde   se   probaba  la culpabilidad de la Orden

Esta culpabilidad consistía únicamente  en  su  discrepancia  de  los  dogmas  de  la  Iglesia romana. Mientras los verdaderos “hermanos” sufrían muerte ignominiosa, los  hermanos espurios formaron una secuela  de  los  jesuítas,  por  lo  que  los  masones  sinceros  deben rechazar con horror toda relación con ellos, dejándolos solos con su ascendencia. Dice sobre la materia el comandante Gourdin: Los caballeros  de  San  Juan  de  Jerusalén,  llamados también hospitalarios  y  de  Malta,  no eran  masones  sino  que,  por  el  contrario,  parecen  haber  sido  enemigos  de   la  masonería, porque el año 1740  el  Gran maestre  de  la  Orden  de  Malta  ordenó  publicar  en  esta  isla  la bula pontificia de Clemente XII y prohibió bajo severas penas  las  reuniones  masónicas.  Coneste motivo  se  marcharon  de  la  isla  algunos caballeros   y   muchos ciudadanos,  y  al  año siguiente, 1741,  la  Inquisición empezó  a  perseguir  a  los  masones. Seis  caballeros  fueron desterrados perpetuamente de la isla por haber asistido a una reunión masónica. Al revés  de los  templarios, no  tenían los  caballeros  de  Malta  ceremonia  secreta  para  el  ingreso  en  la Orden, y  por  esto  le  fué imposible  a  Reghellini procurarse  un  ejemplar   del   ritual   secreto, pues no le había. Sin embargo,  los  masones  caballeros  templarios  comprenden  tres  grados:  Rosacruz, Templario  y  de  Malta.  Así  es  que  no  pueden  envanecerse los  caballeros  templarios de la herencia recibida  de  los  jesuitas,  pues  no  tienen más  remedio  que  aceptar  la descendencia de los primitivos herejes y anticristianos cabalistas  templarios,  o  confesar su filiación jesuítica  y  tender  sus  cuadriculadas  alfombras  sobre  la  plataforma  del ultramontanismo. De lo contrario, no pasarán de pura pretensión sus alegaciones. La pseuda  y  clerical orden  de  los  templarios  tuvo  origen  en  Francia  al  amparo  de los adictos  a  los  Estuardos,  según  afirma Dupuy;   y   como   sus  favorecedores  no  han perdonado  medio  para  encubrir  su  procedencia  jesuítica,  no  es  extraño  que  un  autor anónimo se esfuerce en defender a los templarios de la inculpación de herejías,  con  lo que despoja a  aquellos mártires  del  librepensamiento  de  la  aureola  de  respeto  que  se habían  aquistado. La falsa orden de los templarios se fundó en París el 4 de Noviembre de  1804 con  una constitución   amañada   al   efecto,  y   desde   entonces   ha   venido   contaminando  a  la masonería legítima,   según  declaran   los   más   conspicuos   masones.   La   Carta   de transmisión tiene visos  de  tan  remota  antigüedad,  que,  según confiesa Gregoire, le hubiera bastado   este  documento   para   desvanecer toda duda   respecto   a    la procedencia de la orden. El jesuita conde de Ramsay fué el primero en exponer la idea  de  que  los  templarios  se habían refundido con los caballeros de Malta. Dice a este propósito: Nuestros ascendientes los  cruzados  se  reunieron  en  Tierra  Santa  desde  todos  los  puntosde  la  cristiandad  y  resolvieron  constituir  una fraternidad que comprendiese  a  todas  las naciones, con objeto de que ligadas en corazón y alma  se  mejoraran  mutuamente  y  pudiesen con el tiempo representar un solo pueblo intelectual. Por  esta  razón  se  unieron los   templarios   a   los   caballeros   de   San   Juan,   quienes constituyeron  una  hermandad  masónica  denominada  “Masones  de  San  Juan”  .  En  el Sello  rasgado  (1745)  se  lee  la  siguiente  impudentísima  falsedad,  digna  de  los  hijos  de Loyola: “Las logias estaban dedicadas  a  San Juan,  porque  cuando  las  guerras  santas  de Palestina los caballeros masones se refundieron con los caballeros de San Juan”. Según afirma Thory, el año 1743 se inventó en Lión el grado de caballero Kadosh,  que simboliza la venganza de los templarios. Sobre lo cual dice Findel: La orden  del  Temple  fué abolida  en  1311, y los caballeros  se  vieron  en  la  precisión  desecularizarse en 1740 por no serles posible mantener  su  unión  con  la  orden  de  San  Juan  de Malta, algunos de cuyos individuos habían sido  desterrados  de  la  isla  por  masones,  pues  la orden  estaba  entonces  en  la  plenitud  de  su  poderío   y   bajo   la   soberanía  del  romano  pontífice.

Por su parte, Clavel, una de las más prestigiosas autoridades de la masonería,  añade  a este  propósito: Es evidente que  la  orden francesa  de  los  caballeros  templarios  no  remonta  más allá  de 1804,  y que  en  manera  alguna  puede   titularse   sucesora   de  la   sociedad   denominada: Resurrección de los Templarios ni tampoco ésta se dilata en su origen a la genuina y  primitiva orden del Temple. Así  vemos  que  los  templarios  bastardos  forjan  en  el  año  1806  en  París,  bajo   la dirección  de  los  jesuítas,  el  famoso  Estatuto Larmenio, y  veinte  años  más  tarde,  ya constituidos  en  asociación  tenebrosa,  mueven  manos  asesinas  contra  uno  de  los  más nobles príncipes de Europa, cuya muerte quedó en el  misterio por intrigas políticas  con afrenta  de  la  verdad  y  la  justicia.  Este  príncipe,  afiliado  a   la  masonería,  fué  el  postrer depositario  de  los  secretos  de  los  legítimos  caballeros  templarios,  que  durante  cinco siglos habían  eludido  toda indagación  y  celebrado  reuniones  trienales  en  Malta, mientras  los  falsos  templarios, los caballeros papistas, dormían tranquilamente,  sin remordimiento de sus crímenes. Dice a este punto Rebold: Y a pesar de todo, no obstante el embrollo que los jesuítas armaron de 1763  a  1772, sólo habían logrado entre sus diversos propósitos el de desnaturalizar  y  desprestigiar  la institución  masónica,  y para complementar  su  disolvente  labor organizaron una orden titulada: Oficialidad de los Templarios en confusa  amalgama del  espíritu  de  las  cruzadas  con las quimeras de los alquimistas, que estuvo  desde  un  principio  supeditada  al  clericalismo  y se movió como sobre las  ruedas  representativas  del  propósito que presidiera  la  fundación de la Compañía de Jesús. De aquí  que,  a  pesar  del  origen precristiano  de  la  masonería,  se  hayan  incorporado todos sus ritos y  símbolos al  cristianismo  y  de  que  éste  le  haya  comunicado  su  sabor, pues  antes  de  que  el  neófito  sea  admitido  en  la  logia  ha  de  afirmar  su  creencia  en  un Dios personal y asimismo  en  Cristo  con  relación a los  grados del  Campamento, mientras que los primitivos templarios creían en  el desconocido  e  invisible  Principio  de que emanan las potestades creadoras,  impropiamente   denominadas   dioses.

Lo cierto es que la masonería moderna difiere muy radicalmente  de  la  en  otro  tiempo secreta confraternidad universal, cuando  los  adoradores   de  Brahma,  simbolizado  en AUM, intercambiaban sus signos  y  consignas  con  los  devotos  del  TUM.  Entonces eran “hermanos” los adeptos de todos los países de la tierra.

A  este  propósito  copiaremos  la  carta  que  nos   envió   el   conspicuo   masón  Carlos Sotheran y dice así:

Por otra parte, resulta muy curioso que la  mayoría de  las  corporaciones  masónicas  en  que intervienen  los  grados  superiores,  como  el  “Rito escocés antiguo  y  aceptado”,  el  “Rito  de Aviñón”, la “Orden del  Temple”,  el  “Rito  de  Fessler”,  el “Gran Consejo  de  los  Emperadores de Oriente  y  Occidente”,  los  “Soberanos  Príncipes  masones”, etc.,  etc.,  sean  la  progenie  de Loyola.  El  barón  Hundt,  el  caballero  Ramsay,  Tschudy,  Zinnendorf  y  otros instructores  de grados  en  estos  ritos,  obraban  según instrucciones recibidas  del  general  de  los  jesuítas,  y tuvieron por nido incubador el “Colegio de jesuítas de Clermont”, en París a cuya influencia estaban más o menos sujetos todos los ritos masónicos. El “Rito escocés antiguo y aceptado”, hijo bastardo de la masonería al que no reconocen  las logias azules, fué invención del  caballero Ramsay,  quien  lo  estableció  en  Inglaterra por los años de 1736 a 1738 con propósito de laborar por la causa de los Estuardos. A  fines del siglo XVIII, unos cuantos masones aventureros reorganizaron el rito  en  la actual serie  de treinta y  tres  grados,  en Charleston (Carolina  del  Sur).  Dos  de  estos  aventureros,  el  sastre Pirlet  y  el  maestro  de  baile  Lacorne,  fueron  los  precursores  de  un  nuevo reorganizador llamado Gourgas, oficial de un buque mercante que viajaba entre Nueva York y Liverpool. El médico  Crucefix,  apodado Goss  y  sedicente  inventor  de  algunos medicamentos  de índole sospechosa, introdujo en Inglaterra esta reforma masónica sin otra  autoridad  que  un documento que decían firmado en  Berlín por  Federico  el  Grande  el  I.º  de  Mayo  1786  para revisar la Constitución  de  los  grados  superiores  del  rito antiguo  y  aceptado. Sin  embargo, las Grandes Logias de los Tres Globos de Berlín  demostraron  concluyentemente  la  falsedad de dicho documento, con cuyo apoyo se dice que  el  Rito antiguo  y  aceptado  defraudó  a  los confiados hermanos de América y Europa miles de dólares, para vergüenza de la humanidad. Los modernos templarios   a   que  se  refiere  V.   en   su   carta,   son   sencillamente   grajos engalanados con plumas  de  pavo   real,  que tratan  de  cristianizar  a  la  masonería,  pues admiten  en  su  seno,  sin  distinción  de  nacionalidad  ni  fe  religiosa,  a  todo   el  que  crea   en   un Dios  personal  y  en  la  inmortalidad  del  alma. Según  la  mayoría  de  los  masones judíos, los templarios son idénticos a los jesuitas. Extraño  parece  que  cuando  va  debilitándose  la  creencia  en  un  Dios  personal,  cuando  la misma teología admite la imposibilidad de definir la idea de Dios, haya quienes  intercepten y  embaracen  el  camino  para  llegar  a  la  general aceptación  del  sublime  panteísmo  de  lo santiguos filósofos de Oriente, renovado por Jacobo Boehme y Spinoza. En las logias  de  esta y otras jurisdicciones se loa frecuentemente al  Padre,  Hijo  y  Espíritu  Santo  con disgusto  de los masones judíos  y  librepensadores,  que  de  este  modo ven ofendidas sus particulares creencias. No sucede así en la India, donde la luz de una logia  es  indistintamente  el  Korán,  el Zendavesta  o  los  Vedas. Es  preciso,  por  lo  tanto,  eliminar  de  la  masonería  el  sectarismo cristiano, pues  hay  actualmente  en  Alemania  logias  que  niegan  la  iniciación  a  los  judíos  no alemanes; pero los masones franceses se han sublevado contra esta tiranía, y  el Gran Oriente de Francia admite aún a los ateos y materialistas, por  lo  que los  demás  Orientes repudian  a los masones franceses, dando con ello prueba elocuente  contra la supuesta universalidad  de la masonería. Mas,  a  pesar  de  sus  muchas  culpas  (pues  la  masonería  especulativa   es  falible como toda obra humana),  no  hay  institución que  haya  realizado  y  esté dispuesta  a  realizar   tantos esfuerzos en favor del progreso político y religioso de la humanidad.  En  el  siglo  pasado  los iluminados predicaron por toda Europa  “paz  a la choza  y  guerra  al  palacio”. También  en  el pasado   siglo  lograron   los   Estados   Unidos   su   independencia   gracias   al   auxilio   de  las sociedades secretas, más eficaz  de  lo  que  se  cree  generalmente,  pues  masones  fueron Washington, Lafayette, Franklin, Jefferson y Hamilton. En el  siglo  XIX,  el  general  Garibaldi, masón del  grado  33,  fué  el  brazo ejecutor  de  la  unidad  de  Italia,  proclamada  desde  años antes por  el  también   masón José   Mazzini   con arreglo   a   los   masónicos   o   mas bien carbonarios principios de libertad, igualdad, fraternidad, independencia y unidad. La masonería  especulativa  tiene aún  muchas  tareas que realizar,  y  una  de  ellas  es  la  de admitir a  la mujer  como  colaboradora del hombre  en  las  actuaciones  de  la  vida, según  han hecho recientemente los masones húngaros al iniciar a la condesa Haideck.  Otra  importante tarea es el reconocimiento práctico de la fraternidad humana, de  modo que  la  nacionalidad, el color, creencia y posición  social  no  sean obstáculos  para  el  ingreso  en  la  masonería.  El negro no ha de ser  tan  sólo teóricamente  el  hermano del  blanco,  pues los masones  de  raza negra no son admitidos en las logias norteamericanas. Es preciso  persuadir  a  la  América  del Sur a que participe en los deberes de la humanidad. Si la masonería ha de ser, como se pretende, una escuela de ciencia progresiva  y  de religión progresiva, debe ir siempre a  la  vanguardia  y nunca  a  retaguardia  de  la  civilización.  Pero  si ha de  contraerse  a  esfuerzos  empíricos,  a  meras  tentativas  para  resolver  los  más arduos problemas  de  la  humanidad, debe  ceder  el  puesto   a  quienes ventajosamente puedan sucederla, y  entre  ellos  a  uno  a  quien   V.   y   yo   conocemos,   que   en   los  días   de   sus esplendorosos triunfos  inspiró  tal  vez  a  los  dignatarios  de  la  Orden, corno  a  Sócrates  le inspiraba su daimonion

De V. sincero amigo,Carlos Sothera


Sobre esto expone Findel:
En el siglo XVIII, además  de  los  modernos  caballeros  templarios,  adulteraron  los  jesuitas el verdadero carácter de la  masonería. Muchos autores masones, que    conocían perfectamente  aquel  periodo histórico, aseguran   que   siempre   influyeron  los jesuítas perniciosamente  en  la  fraternidad masónica...Respecto   a   los  rosacruces  masones, su primitivo  objeto  fué nada menos  que  favorecer  y  fomentar  el  catolicismo...


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H.P. Blavatsky- ISIS SIN VELO