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Cartas de los Mahatmas-fragmentos

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miércoles, 19 de junio de 2019

Algo de Historia Secreta

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El rabino  Simeón–ben–Iochai  compuso  el  Zohar (rhK), el más  importante  tratado cabalístico de los hebreos, un siglo antes  de  la  era cristiana, según unos  críticos,  y después  de  la  destrucción  del  templo,  según  otros.  Completó  la  obra  el  rabino Eleazar,  hijo  de  Simeón,  ayudado  de  su  secretario  el  rabino  Abba,  cuyo  concurso  era necesario, porque toda la vida de Eleazar no hubiera bastado a dar cima a  una  obra  tanextensa  y  de  materia  tan  abstrusa  como  el  Zohar. Pero  como  los   judíos  ortodoxos sabían  que  el  autor  estaba  en  posesión  de  conocimientos ocultos  y  era  dueño  de  la Mercaba que le aseguraba la recepción  de  la  Palabra, atentaron  contra  su  vida  y  se  vió precisado a huir al desierto, donde estuvo doce años  oculto  en  una  cueva  en  compañía de sus fieles discípulos hasta su muerte, señalada por muchos portentos y maravillas1. Pero no obstante lo extenso  de  la  obra  y  de  tratarse  en ella  de  muchos  puntos  de  la secreta tradición oral, no los abarca todos,  pues  el  venerable cabalista  no  confió  nunca al  escrito  los  puntos  principales de  la  doctrina,  sino  que  los  comunicó  oralmente  a contados discípulos, entre los que se hallaba su hijo único. Por lo tanto, sin  la  iniciación en  la  Mercaba quedará incompleto  el  estudio  de  la  Kábala, y  la  Mercaba sólo puede aprenderse  en  la  “obscuridad”,  en  lugares  apartados  del  mundo  y  después  de   pasar   el estudiante  por   muchas  y   muy  tremendas   pruebas,   para   escuchar   la  enseñanza oralmente cara  a  cara y labio  en  oído.  Desde  la  muerte  de  Simeón–ben–Iochai,   la doctrina oculta ha sido un secreto inviolable para el mundo externo. El precepto masónico  de  labio  en  oído,  o sea  la  comunicación  en  voz  baja,  deriva  de los  tanaímes,  quienes  a  su  vez  la  tomaron  de   los   Misterios   paganos.   La   práctica moderna  de  esta  costumbre  preceptiva  debe  atribuirse  seguramente  a  la  indiscreción de   algún  cabalista   renegado,  aunque   la   palabra  transmitida   es   una   moderna substitución convencional de la “palabra perdida”, según veremos más adelante. La verdadera palabra ha estado siempre en posesión privativa de algunos adeptos,  de modo que tan sólo unos cuantos maestres de  los  templarios  y  otros  tantos  rosacruces del  siglo   XVII, íntimamente  relacionados con los iniciados y  alquimistas  árabes, pudieron envanecerse de  haberla  poseído. Desde  el  siglo VII  al  XV  nadie  la  poseyó  en Europa,  pues  Paracelso  fué  el  primer alquimista  que  recibió  la  iniciación,  cuya  última ceremonia confería  al iniciado  el  poder  de  acercarse  a  la  “zarza  ardiente”  y  de  fundir  el becerro  de  oro  y  disolver  su  polvo  en  agua.

El primer masón activo  de  alguna  importancia  fué  Elías Ashmole,  a  quien  puede considerársele como  el  postrer  alquimista  y  rosacruz.  Fué  recibido  en  la  Compañía  de masones  activos  de  Londres  el  año  1646,   cuando   la   masonería   era  una  sociedad rigurosamente  secreta  sin color político  ni  religioso,  que  admitía  en  su  seno  a  todo amante  de  la  libertad  de  conciencia, deseoso  de  substraerse  a  la  persecución  de  los clericales.  Hasta  unos  treinta  años  de  la  muerte  de  Ashmole,  ocurrida  en  1692,  no apareció  la  moderna  francmasonería,  instituida  el  24  de  Junio  de  1717  en  la  “Taberna del Manzano”, sita en la calle de Carlos del Covent–Garden de Londres. Según  nos dicen las Constituciones  de  Anderson,  las  cuatro  logias  del  Sur  de  Inglaterra eligieron  a Antonio Sayer gran  maestre  de  la masonería,  y  no  obstante  su  relativamente  moderna institución,  estas  logias  se  han  arrogado  la  supremacía  sobre  todas  las  del  mundo, como así se infiere de una inscripción colocada en la de Londres. Dice  Frank  al  comentar  los  exotéricos  delirios  cabalistas,  como  él  los  llama, que Simeón–ben–Iochai menciona repetidamente  lo  que  los  “compañeros” enseñaron en obras antiguas. Entre estos compañeros cita a los ancianos Ieba y Hamnuna,  pero  nada refiere de lo que estos dos hicieron, porque tampoco él lo sabe.

A la  venerable  escuela  de  los  tanaímes,  o  con  mayor  propiedad,  de  los  tananimes  u hombres sabios, pertenecían los instructores de la doctrina secreta  que iniciaron  a  unos cuantos discípulos en el misterio final, pues según dice el Mishna Hagiga, el  contenidode  la  Mercaba sólo  puede  comunicarse  a  los  sabios  ancianos.  La  Gemara es todavía más explícita sobre el particular al decir: “Los principales secretos de los Misterios no  se han de comunicar a todos los  sacerdotes,  sino  tan  sólo  a  los  iniciados”.  El  mismo  sigilo prevalecía en todas las religiones de la antigüedad.

Pero  vemos que ni el Zohar ni  ningún  otro  tratado  cabalístico  contienen doctrina puramente  judía,  sino que, como  resultado de milenios de estudio, es común patrimonio de todos los adeptos del mundo.

Sin embargo, el Zohar en su  texto original y con  los  signos  secretos  del  margen,  no  según  traducción  y  comentario  de  los  críticos modernos,  es  la  obra  que  enseña mayor   suma   de  ocultismo   práctico.  Las enseñanzas de magia práctica que dan  el Zohar y  otros  tratados  cabalísticos,  sólo aprovecharían a quienes acertaran  a  leerlas  interiormente. Los  apóstoles  cristianos,  por lo  menos  los  que  obraban  milagros  a  voluntad, debieron estar  enterados  de  esta ciencia, y  así  no  es  bien  que  los  cristianos  tachen   de   superstición  los  talismanes, amuletos y piedras mágicas con que  su  poseedor  logra ejercer  en  otra  persona  aquella misteriosa influencia llamada  vulgarmente “mal    de    ojo”. En    las    colecciones arqueológicas,  así  públicas  como  particulares,  pueden  verse  todavía  piedras  convexas con  enigmáticas  inscripciones  rebeldes  a  toda  hermenéutica,  como  por  ejemplo,  la cornerina blanca  descrita  por  King,   cuyos   reverso   y  anverso   están   cubiertos  de inscripciones que  sólo  pueden  interpretar  los  adeptos.  De  los  talismanes que  en  su citada  obra  nos  da  King  a  conocer,  se  infiere que  el  evangelista  San  Juan,  el  iluminado de  Patmos,  estaba  muy  instruido  en  la  ciencia cabalística,  pues   alude  claramente  a  la cornerina blanca  y  la  llama  alba petra o  piedra  de  iniciación, que  por  lo  general lleva grabada la palabra premio y se le entregaba al  neófito  luego  de  vencidas  felizmente  las pruebas  del  primer grado  de  iniciación. El  Apocalipsis,  como  el  Libro  de  Job,  es  un alegórico relato   de   los   Misterios   y   de   la  iniciación   en   ellos   de  un candidato, personificado  en  el  mismo  San  Juan.  Así  lo  comprenderán  necesariamente los  masones de  grado  superior,  pues  los  números  siete, doce y  otros, tan  cabalísticos  como  éstos, bastan para esclarecer las tenebrosidades  de  dicho  libro.  Tal  era  también  la opinión  de Paracelso.

Los  amuletos  católicos y  las  reliquias  bendecidas  por  los  pontífices  romanos  tienen el mismo origen que las piedras y pergaminos mágicos de Efeso, las  filacterias y las hebreas con  versículos  de  la  Escritura  y   los  amuletos  mahometanos  con versículos del Corán. Todos sirven igualmente  para  proteger  a  quien cree  en  su  eficacia y encima los lleva. Así es que cuando Epifanio reconviene a los maniqueos  por  el  uso  de amuletos   (periapta),   que   califica   de   supersticiones   y  fraudes,   debe  incluir   en   la reconvención los amuletos de la Iglesia romana. Pero la consecuencia es una virtud que la influencia jesuítica va debilitando  más  y  más entre los clericales. El astuto, solapado,  sagaz  y  terrible jesuitismo  es  como  el  alma  de la  Iglesia  romana,  de  cuyo  poder  espiritual  se  apoderó   por  entero.  Conviene,  pues, comparar la moral jesuítica con la de los antiguos  tanaímes  y  teurgos,  para  descubrir  la íntima relación que con  las  sociedades  secretas  tienen  los  arteros enemigos  de  toda reforma. No  hay  en  la  antigüedad  escuela  ni asociación  ni  secta  alguna  que  se  parezca siquiera  a  la  Compañía  de  Jesús,   contra  cuyas  tendencias  se  levantaron  generales protestas apenas nacida,  pues  a  los  quince  años  de  su  constitución  se  deshicieron  de  ella  los  gobiernos  de  Europa.  Portugal  y  los  Países  Bajos  expulsaron  a  los  jesuítas  en 1578; Francia  en  1594;la  república  de  Venecia  en  1606; Nápoles  en  1622; Rusia  en1820.

Desde su adolescencia mostró la Compañía de  Jesús las  mañas  que  todo  el  mundo  le reconoce,  que  han  causado  más  daños  morales  que  las  infernales huestes  del  mítico Satán.  No  le  parecerá  exagerada  esta  afirmación  al  lector  cuando  se  entere  de  los principios, máximas y reglas de los jesuítas, entresacados de sus propios autores y de  la obra  mandada  publicar   por  decreto  del  Parlamento  francés  (5  de  Marzo  de  1762) y revisada  por  la  comisión  que  se  nombró  al  efecto14.   Esta   obra  fué   presentada   al monarca para que,  como  hijo  primogénito  de  la  Iglesia,  advirtiese  la  perversidad  de (como dice textualmente el decreto del Parlamento) “una doctrina que  permite  el robo,el asesinato, el perjurio, la fornicación, el parricidio y el regicidio, y sobre las  ruinas  de  la religión quiere erigir la superstición, la hechicería, la impiedad y la idolatría”.

A  pesar  de  las  afirmaciones contrarias,  ha  resultado   que   la   Compañía   de  Jesús pertenece  en   uno   de   sus   aspectos   al   linaje   de   las    sociedades    secretas. 
Sus constituciones, traducidas  al  latín  en  1558  por  el  P.  Polanco  e  impresas  en  Roma,  se mantuvieron en riguroso secreto, hasta que en 1761 mandó publicarlas el Parlamento francés cuando el famoso proceso del P. Lavalette. Los grados de la orden son  seis, a  saber:  novicios,  hermanos,  sacerdotes,  coadjutores, profesos  de  tres  votos  y  profesos  de  cinco votos.  Además, hay un  séptimo  grado secreto,  tan  sólo  conocido  del  general  de  la  orden  y  de  unos  cuantos  dignatarios,  en que  consiste  el  terrible  y  misterioso  poder  de  la  Compañía,   uno   de  cuyos  mayores timbres  de  gloria  es  para  ellos  la  reorganización del sanguinario tribunal  del  Santo Oficio, a instancias de Loyola.

Nunca  nos   precaveremos  suficientemente  contra  su  influjo,  pues  como  la  Orden  se funda en  la  absoluta y  ciega obediencia, puede convertir toda   su  fuerza  hacia determinado punto. Por  su  parte,  sostienen  los  jesuítas  que “la  Orden  no  es  de  institución  humana sino que la fundó el mismo Jesús al trazarle la regla de  conducta, primero con su ejemplo y después con su palabra”. Veamos,  pues,  esta  regla  de  conducta,  y  entérense  de  ella  los  cristianos  piadosos.  Al efecto, entresacaremos los siguientes pasajes de obras de los mismos jesuítas: "Si lo manda Dios es lícito matar  a  un inocente, robar  y  fornicar;  porque  Dios  es  Señor  de vida y muerte y de todas las cosas, y debemos por lo tanto cumplir sus órdenes. El religioso que temporáneamente se despoja del  hábito con  algún  propósito criminal,  no comete pecado abominable ni tampoco incurre en pena de excomunión 23"

23 Antonio Escobar: Teología moral, tomo I, libro III, sec 2, probl. 44, núms. 212  y  213.  Lugduni, 1652 (Ed.Bibl.  Acad.  Cant). 

No   sigamos    adelante,   porque   tan   repugnantes   por   lo   hipócritas,  licenciosos  y desmoralizadores  son  estos  preceptos,  que  no  es  prudente  traducir  del  latín  muchos de ellos, y así tan sólo citaremos más adelante los menos espinosos. Pero ¿qué porvenir  aguarda  al  mundo  católico si  ha  de  continuar  dominado  por  esta nefanda sociedad?

Cuando  en  1606  fueron expulsados  de  Venecia los  jesuítas,  se  sublevó  contra  ellos violentamente el  sentimiento popular.  La  multitud  siguió  tras  los  expulsados  hasta  el embarcadero, despidiéndoles con  gritos  de: ¡id enhoramala!    Según  comenta  Michelet, de  quien  tomamos  estos  datos,   aquel   grito  no  cesó  de  resonar  en  los  dos siglos siguientes: en Bohemia el año 1618; en  la  India el de  1623,  y  en  toda  la  cristiandad  en 1773.

Los  traductores  de  la Biblia han  tergiversado  de tal modo los conceptos, que  únicamente   los   cabalistas   pueden   restablecer   el significado original. La  doctrina  de  la  naturaleza  trina  del  hombre  está  explícitamente  expuesta  en  los libros  herméticos,  en   la  filosofía  de  Platón  y  en  las  doctrinas  indoísta  y  budista.  Sin embargo,  es   una   de   las  enseñanzas más  importantes  y  menos  comprendidas  de  la ciencia hermética. Los Misterios egipcios, de los que tan  sólo conoce  el  mundo  lo  poco que  de  ellos  nos  dicen las Metamorfosis de  Apuleyo,  ejercitaban  a  los   iniciados   en  las más heroicas virtudes  y le transmitían  conocimientos  que  en  vano  buscan  en  los  libroscabalísticos los modernos investigadores, y que las enigmáticas enseñanzas de la Iglesia romana,  inspirada  por  los  jesuitas,  serán incapaces  de  descubrir.  Resulta,  por  lo  tanto, un   agravio   para  las   antiguas   confraternidades   secretas   de  iniciados   comparar   sus doctrinas con  las alucinaciones  de  los  discípulos  de  Loyola,  por  sinceros que fuesen  en los primeros tiempos de la Orden. Uno  de  los  más  poderosos  obstáculos  para  la  iniciación, así entre los  egipcios  como entre los  griegos,   era   el   haber   derramado   sangre humana   en   cualquiera   de   las modalidades  del  homicidio.   En  cambio,   una   de   las  mayores  recomendaciones para  el ingreso en la Compañía de Jesús es el haber cometido  o  estar dispuesto  a  perpetrar  un asesinato en defensa del jesuitismo, según se colige del siguiente pasaje: "Los hijos que profesen la religión católica pueden acusar a sus padres del crimen de herejía si tratan de apartarlos de la fe; y esto aunque sepan de antemano que han de ser condenados a muerte  en  hoguera, como  Tolet enseña...Y no sólo pueden  negarles  el  alimento,  sino también matarlos con justicia."



Plinio  menciona  tres  escuelas  de  magiauna  de  origen desconocido  por  lo  antigua;  la segunda  fundada  por  Osthanes  y   Zoroastro;   la   tercera establecida  por  Moisés  y Jambres. Sin embargo, estas  mismas  escuelas  derivaron  sus  enseñanzas  de  la  India,  de las  comarcas  que  se  extienden  a  uno  y  otro   lado  de   los  Himalayas.  Las  arenas  del desierto  de  Gobi,  en  el  Turquestán  oriental,  encubren más de un secreto y  los  sabios del Khotan han perpetuado curiosas tradiciones y raros conocimientos alquímicos. Dice Bunsen que las oraciones  e  himnos  del  Libro  de  los  muertos datan  de  la  dinastía premenista de  Abydos,  por  los  años  4500  a  3100  antes  de  J.  C.  El  sabio  egiptólogo remonta al año 3059 el reinado de Menes o establecimiento del imperio nacional,  antes de  cuya  época  se  conocía  ya  el  culto  de  Osiris  y  demás  divinidades  de  la  mitología egipcia. Por otra parte, Bunsen nos lleva mucho más atrás de  los  cuatro mil  años  computados por  la  Biblia  a  la  actual  edad  del  mundo,   y  en  los  himnos  correspondientes  a  esta preadámica era encontramos preceptos  morales  idénticos  en el fondo  y  muy  parecidos en la forma a la doctrina expuesta  por  Jesús  en  el  sermón  de  la  montaña.  Así  se  infiere de   las  investigaciones  llevadas   a   efecto   por    los    más   eminentes egiptólogos  y hierólogos. Dice Bunsen sobre el particular: Las inscripciones    de    la    duodécima    dinastía    abundan    en    fórmulas    ritualísticas correspondientes  a  muy primitivos tiempos,  así  como  se  ven  extractos   de   los   libros herméticos en los monumentos de las primeras  dinastías...De  estas  inscripciones  se  infiere que para   los  egipcios   el  primer   fundamento  de  piedad consistía  en  dar  de  comer   al hambriento,  de  beber  al  sediento,  vestir  al  desnudo  y  enterrar  a  los  muertos.  En  aquella época se conocía ya la doctrina  de  la  inmortalidad  del  alma, según demuestra  la  tablilla  n.º 562 del Museo británico. Y  acaso  sea  mucho  más  antigua,  porque  se  remonta,  en  efecto,  a   la   edad   en   que   el alma  era  un  ser  objetivo,  y  por  lo  tanto  no  podía  negarse  a  sí  misma,  cuando   la espiritualidad de la raza humana no conocía la muerte.  Hacia la declinación del ciclo  de vida, el  etéreo hombre  espiritual  cayó  en  dulce  sueño  de  transitoria  inconsciencia para despertar en todavía más alta y luminosa esfera; pero  así  como  el hombre  espiritual  se esfuerza  continuamente  en  ascender  a  su  fuente  originaria,  pasando  por  los  cielos  y esferas de la vida individual, el  hombre físico había  de  incorporarse  al  ciclo  máximo  de la creación universal hasta revestirse  de  carne.  Entonces  quedó  el  alma  demasiado abrumada por el peso de las terrestres vestiduras para reconocerse a sí misma, excepto en aquellas naturalezas delicadas, que escasean más y más en cada ciclo. Sin embargo, ningún pueblo prehistórico negó jamás   la   existencia  del  verdadero hombre,  del  Yo  superior,  pues  la  filosofía antigua enseñaba que  sólo  el  espíritu  es inmortal y que el alma no es por sí misma eterna ni divina,  sino que,  unida  íntimamente a su envoltura terrestre, se convierte en la mente finita, en el principio  de  la  vida animal o nephesh de las Escrituras hebreas, según se infiere de los siguientes pasajes: Y crió Dios las grandes ballenas y toda ánima (nephesh) que vive y se mueve.

Con esto se da a entender la creación de los animales....
Y fué hecho el hombre en ánima (nephesh) viviente41.
Aquí vemos que la palabra nephesh se  aplica  indistintamente  al  hombre  inmortal y  al bruto mortal. Porque la sangre de vuestras ánimas (nephesh) demandaré de mano de todas las bestias. Salva tu ánima (nephesh). No le quites la vida (nephesh). El  que  hiriere animal restituirá otro  en  su  lugar,  esto  es, alma por alma (nephesh pornephesh)



Hay hermandades secretas que no se relacionan con los  sedicentes países  civilizados  y mantienen oculta  en  su  seno  la  secular  sabiduría. Estos  adeptos podrían  si  quisieran atestiguar  su  incalculable  antigüedad  de  origen con documentos  comprobatorios  que esclarecerían muchos puntos obscuros de la historia, así  sagrada  como  profana;  pero  si los  Padres  de  la  Iglesia  hubiesen  conocido  las   claves   de  los   escritos  hieráticos  y  el significado  de  los  simbolismos  egipcio  e  índico,  seguramente  que  no  escapara  a la mutilación ningún monumento antiguo, aunque  la  casta  sacerdotal  tuvo  buen  cuidado de anotar en sus secretos anales jeroglíficos todo cuanto con ellos se  relacionaba. Estos anales  se  conservan  todavía,  por  más  que  no  sean  del  dominio  público, y  contienen  el historial de monumentos desaparecidos para siempre de la vista de los hombres.


H.P. Blavatsky- Isis sin Velo

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