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martes, 11 de octubre de 2016

EL SENTIDO OCULTO DE LA VIDA





El Universo, de alguna forma, ya sea según las modernas teorías del Big Bang, o las antiguas teorías religiosas que afirmaban que había salido de una parte del rostro de Brahma o había sido creado por determinado Dios, alguna vez tuvo comienzo. El Universo está en marcha
Los antiguos pensaban -y los filósofos podemos corroborarlo con nuestro pensamiento- que aquello que los hindúes llamaban Sadhana, el sentido de la vida, existe, porque está presente en todos los seres vivos.
Siempre trato de que mis discípulos observen el fuego y el agua: si vertemos un poco de agua en cualquier sitio, esa agua empezará a caer, o bien a desplazarse, a marchar; tiene una sabiduría, está buscando algo, va hacia algún lugar, y marcha, marcha sin detenerse; y cuando no puede marchar en línea recta, se desvía, hace meandros, rodea las piedras y las montañas hasta llegar inexorablemente al mar. ¿Y qué pasa cuando llega al mar? El calor evapora el agua y se forman nubes; esas nubes flotan en el aire hasta que, en determinado momento, caen convertidas en lluvia. Y otra vez en agua, y cuando cae al suelo busca de nuevo llegar al mar. Y si el agua tiene esa sabiduría de poder vivir, buscar, encontrar, sublimarse, volver otra vez por más experiencias y culminar ese ciclo, ¿por qué nosotros no hemos de responder a la misma ley de la Vida? Si incluso nuestro cuerpo está hecho en gran parte de agua, ¿por qué no buscará también el mismo fin, y por qué nuestra alma no irá, como dice Plotino, al Alma del Mundo, a algún plano, en alguna vibración donde esté más cómoda que aquí.
 No será similar esto de encarnar y desencarnar, de nacer y morir? Cuando nacemos, hay como una nube que de alguna manera condensa nuestras almas en gotitas; cada uno somos una gota, y esas gotas se reúnen, caminan, todos juntos formamos sociedad, nos unimos,formamos grupos, hasta que llega el momento en que desembocamos en ese mar donde «aparentemente» nos disolvemos. Y tal vez haya una Fuerza cósmica que nos eleve otra vez, que nos convierta de nuevo en aquellos espíritus que descienden sobre la Tierra.
Lo que expongo es una posibilidad lógica, aunque en la Antigüedad era considerada una verdad irrebatible. Hay una muy vieja hipótesis que afirma que todo esto tiene una razón, porque si no fuese así, ¿no pensáis que la Vida sería de una crueldad inmensa? Estaríamos en medio de una verdadera locura. Imaginad: nos ponen en el escenario del mundo, en España, en Tanzania o en cualquier lugar en que hayamos nacido; aparecemos, somos niñitos, nos dicen éstos son mamá, papá, tío, abuelita; nos llevan al colegio, estudiamos, vivimos, amamos, odiamos, tenemos problemas y cuando aprendemos a vivir, la misma mano que nos trajo, nos empieza a sacar de la vida. Cuando tenemos más experiencia, cuando realmente podríamos manejar las cosas, entonces nos quitan y nos vamos. 
Si todo esto no tuviese un sentido, si no tuviese una continuidad, este mundo estaría loco.

Observemos una planta, la más normal, cualquiera que tengáis en vuestras casas y veréis la inmensa inteligencia con que fue diseñada. Hoy se habla de los paneles térmicos para aprovechar la luz solar, sí, pero desde el período precarbonífero ya había paneles térmicos para aprovechar la luz solar: eran las hojas de las plantas. Las hojas de las plantas aprovecharon la luz solar para la fotosíntesis; además, a través del sistema de capilaridad (descubierto por los físicos hace pocos cientos de años), las plantas pueden lograr que sus jugos vitales vayan desde las raíces hasta las hojas, se renueven y bajen de nuevo hasta las raíces; o sea, que todo está tremendamente, magníficamente pensado. Detengámonos ahora en un animal, por ejemplo una pantera o un tigre. ¿Por qué el tigre tiene rayas, por qué la pantera en Brasil tiene manchas? El tigre tiene rayas porque vive entre los bambúes y configuran un camuflaje que hace que no se le vea prácticamente. La pantera de Brasil tiene manchas porque vive en una selva donde hay flores, hay hojas, y esas flores y hojas de distintos colores oscuros y dorados, hacen que ella se confunda también dentro de ese panorama. 
Todo esto quiere decir que hay otras inteligencias que las nuestras que están pensando, o han pensado, los Arquetipos que rigen a las plantas y a los animales. ¿Y qué me decís, por ejemplo, de los minerales? ¿Habéis visto las rocas, las piedras, los cristales, habéis visto de qué manera están perfectamente diseñados, mejor tal vez que la Gran Pirámide? ¿Y cómo es que la Naturaleza, con una sola sustancia, el carbono, ha podido crear el confuso granito y el transparente diamante? Eso demuestra que hay un pensamiento a través de toda la Naturaleza que nos rige, que todo está perfectamente pensado.
Aquel o Aquello que ideó las curiosas tracciones que permiten moverse a las amebas, que los pájaros tengan los huesos huecos para ser más livianos y poder volar, que diseñó las escamas de los peces para que puedan penetrar más fácilmente en el agua, que les dotó de una vejiga natatoria para subir y bajar como los modernos submarinos; aquel que ha pensado todo eso, ¿por qué no habría de haber pensado no sólo nuestra constitución física, sino también nuestra constitución psicológica, mental y, ultérrimamente, nuestra finalidad?

¿Por qué creer que esta Inteligencia Cósmica se
ha preocupado por las plantas, los animales, los minerales y no se ha preocupado por los hombres, si nosotros también somos seres vivos? La Vida existe y está pensada por Alguien, por Algo, está perfectamente calculada. ¿Por qué? ¿Para qué se ha utilizado tanto y con tanta intensidad el Pensamiento en dar a todas las cosas esta armonía maravillosa? Tiene que ser para algo. Nadie hace un puente si nadie va a caminar encima.             
Nadie hace un barco si nadie va a navegar en él. Nadie hace una silla si nadie se va a sentar en ella. Es evidente que nuestra construcción orgánica y la construcción orgánica de la Naturaleza, están hechas para algo, para ser aprovechadas por algo que va a durar más que el objeto en sí, algo que va a poder utilizarlas. Y a «aquello» que va a utilizarlas, nosotros los filósofos, le llamamos Alma, el Espíritu que pasa a través de las cosas. 
Es evidente que inmersos como estamos en esta cárcel de carne, en nuestros problemas económicos, familiares, vitales, es muy difícil a veces reflexionar sobre estas cuestiones. Yo recuerdo un trozo del libro de Ovidio Nasón, El arte de amar, que me impresionó mucho la primera vez que lo leí. Ovidio era, como sabéis, uno de los grandes poetas de la época del Emperador Augusto y, digamos que era un poco -en España creo que se diría así – juerguista, le gustaba salir con mujeres por la noche, beber, acostarse muy tarde (o mejor dicho, muy temprano, cuando ya había salido el sol)… Pero, claro, además de ser así, era Ovidio. El nos cuenta, entre otras muchas cosas, lo que le pasó con una de sus amadas a quién le inventó un nombre (en aquella vieja época existía el honor de no mencionar los nombres de las damas, sino inventarlos; una buena costumbre). La llamaba Corina; no sabemos quién era. Dice Ovidio que llegó en una ocasión al palacio de Corina, una dama de la alta sociedad romana que poseía tesoros preciosos, entre ellos, un papagayo llegado tal vez de las indias que sabía hablar. El papagayo repetía todo lo que ella le decía, contestaba, hablaba con ella, era una gran  compañía.  Ovidio llega  y  ve a Corina llorando mientras  sostiene  el  papagayo  aparentemente muerto.  El papagayo está caído  sobre sus manos   y Corina llora.  Ovidio le pregunta:  Corina ¿por qué lloras?   Y ella  respondió:  ¿Te acuerdas de  este  papagayo que hablaba con nosotros, que repetía nuestras palabras de amor, nuestros cantos, que era una maravillosa joya, verde como una esmeralda? Hoy es un montón de plumas, nada más. ¿Dónde está el papagayo?  ¿Qué pasa?  ¿Por qué terminan las cosas?  Ovidio trata de consolarla, de iniciarla en cosas que Corina no sabe, y le dice:  has de saber, Corina, que hay un cielo donde están los hombres y también hay un cielo para los animales. Hay una pequeña banda entre el cielo de los hombres y el de los animales en donde están los animales superiores,  aquellos que incluso pueden hablar al hombre y repetir sus palabras y allí consuelan a esos animales recordándoles la voz de sus amos; luego vuelven otra vez a la Tierra a acompañar a los hombres. Corina llora y dice: «No, a    no me cuentes esto; aquí hay simplemente un montón de plumas verdes, ya no está más mi papagayo, ya no vive más». Y entonces, el papagayo, en el último esfuerzo antes de morir, levanta su pequeña cabeza, mira a Corina y le dice: «Corina, Corina, la muerte no existe». 

Es muy bello encontrar estos viejos ejemplos. Es muy bello pensar que a veces los animales, las plantas y los árboles mueren en paz, porque tienen un conocimiento que nosotros hemos perdido al haber intelectualizado demasiado la vida. Hemos  perdido el conocimiento de nuestra propia eternidad, hemos perdido el conocimiento de nuestra vida interior, hemos perdido el conocimiento de nuestra Alma inmortal.
Hoy tenemos que retomar ese conocimiento, porque en el fondo y a pesar de todos nuestros avances tecnológicos, a veces estamos tristes; y a pesar de vivir en megalópolis, estar entre las gentes, poder conversar y leer periódicos, ver la televisión o escuchar la radio, a veces nos sentimos muy solos, enormemente solos. A veces  quisiéramos que alguien nos dijese alguna cosa, como ese papagayo, que la muerte no existe, que esta Vida tiene un sentido, que tiene una direccionalidad; y es evidente que la tiene.

Si vosotros veis una flecha en el aire, ¿no pensarías que surgió de un arco y que va hacia un blanco? Lo que nosotros estamos viendo en la Vida es una flecha en el aire, y esa flecha fue lanzada por un Divino Arquero. Alguna vez, con un sonido inconcebible, fuimos lanzados a través del tiempo y del espacio, pero vamos a llegar a un blanco, vamos a llegar a algún lugar. Toda nuestra Vida tiene sentido, tienen sentido nuestras alegrías porque nos confortan  para seguir viviendo, y tienen sentido también nuestros pesares y nuestras lágrimas porque nos permiten recoger experiencias, nos hacen un poco más sabios, tal vez hasta un poco más buenos.
Quienes hayan compartido risas, saben qué bueno es eso para el entusiasmo y quienes hayan compartido lágrimas saben qué bueno es eso para la unión de las almas. Porque en esta Vida y en esta Naturaleza nada hay realmente malo, todo es bueno en el seno de su Oculto Sentido.



fragmentos  de la Conferencia "El Sentido Oculto de la Vida"
Jorge Angel Livraga Rizzi


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