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sábado, 26 de julio de 2008

SOBRE LA CONTINUIDAD A TRAVES DE LAS OBRAS




“Despertad ferro...
me gusta lo difícil”

(Del viejo cancionero español)

Esos eran hombres que, cuando amanecía, clavaban la espada en la tierra, y sobre la cruz de la empuñadura hacían sus oraciones a la alborada, matizando con su aliento el duro metal y los ojos fijos en el sol naciente. Pedían a Dios hazañas que realizar, actos heroicos en beneficio de los débiles y desamparados; jamás pensaban en premios personales ni en reconocimientos. Caían a la muerte como la semilla en el surco o como la piedra en el agua. Naturalmente: sin egoísmos, en entrega total.



Casi todos los hombres del siglo XX hemos olvidado el mágico poder de la autoentrega, y estamos aferrados a ver siempre el fruto de nuestras obras y gozar de sus beneficios. Con mentalidad de comerciantes no entregamos nada si no tenemos la seguridad de que nos recompensará y lo disfrutaremos en esta misma vida; queremos obtener la ganancia de todo. Queremos sembrar y recolectar a la vez. Tener un hijo y verlo envejecer. Plantar un guindo y escuchar los sonidos que surjan del violín que se hará con su madera.



Si tal criterio hubiesen tenido los constructores de Notre Dame de París, o de las Pirámides de Egipto, o de cualquier otra grande obra, éstas no existirían o se hubiesen construido deficientemente y no hubiesen durado siglos.



El Eclesiástico nos dice que hay tiempo de sembrar y tiempo de recoger... pero lo hemos olvidado. Un afán de “actualismo” de “contemporaneidad” nos arrastra a la vanidad de pretender ver siempre el fruto de nuestros esfuerzos. Somos egoístas. Si hacemos algo, lo hacemos para nosotros y con la mayor facilidad, anteponiendo el confort a la heroicidad de la entrega generosa. Nos hemos aferrado tanto a nuestro cuerpo de carne, que la inmortalidad se nos escapa y nos estremecemos de angustias existenciales más acá de toda teleología.



El encadenamiento de las sucesivas generaciones se ha cortado. Hacemos obras por su utilidad, trastornados nuestros espíritus por una sociedad de consumo. De tanto construir objetos de rápido desgaste y rápido reemplazo, nos hemos transformado en objetos que consume el tiempo.

Nos caemos a pedazos derrumbados sobre nuestro propio tiempo histórico. Nuestra civilización está podrida y produce hombres corruptos. Nos sentimos efímeros y no concebimos obras que perpetúen nuestras esperanzas.


Fragmentos de; Jorge Angel Livraga

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