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martes, 19 de agosto de 2014

DE AMORE (Comentario a “El Banquete” de Platon)

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Comencemos recordando que Ficino define el Banquete como “descanso de las tareas, liberación para los cuidados y nutrición del genio; es demostración de amor y esplendor, alimento de la buena voluntad, condimento de la amistad, levadura de la gracia y solaz de la vida, su fin es la dulce comunión de la vida”.

La Academia de Careggi fue la primera y el modelo de las numerosas academias no oficiales, de dilettanti, del Renacimiento. Con ocasión de sus informales manifestaciones se reunían amigos y discípulos de Marsilio Ficino, hombres de Estado, altos comerciantes, religiosos, poetas, músicos y hombres que a menudo eran algunas de estas cosas simultáneamente, y que se atenían, a una rala disciplina.

El proyecto de la Academia surgió vagamente de Cosme de Medici, cuando conoció a Gemisto Platón en la “llegada de los griegos” a Florencia para el Concilio de la unión de las dos Iglesias(1439). Cosme, entonces, parece vislumbrar la posibilidad de crear, bajo la continuidad del poder de su familia, un utópico Estado platónico en Florencia. Pero no es hasta los últimos años de su vida cuando Cosme, a través de Landino y también de su médico personal, Diotifeci, conoce al hijo de éste, un joven fervientemente interesado por Platón. Comienza el mecenazgo de Marsilio Ficino, y poco después, en 1463, Cosme le regalará la Obra de Platon, la de Plotino, el Pimandro de Hermes Trimegistro, algunos escritos pitagóricos, y la villa de Careggi. Tras Cosme, y el breve período continuista de Piero il Gotoso, el joven Lorenzo de Medici, educado por Landino y Ficino mismo, recogerá el proyecto de Careggi como algo ya perteneciente a su casa y, desde entonces, coincidiendo el esplendor de la Academia con el período laurenciano, el grupo neoplatónico irá unido para la posteridad con la edad llamada aurea del Magnífico, como la propuesta más incisiva de la renovatio humanista.

La labor de Ficino adquiere una importancia capital al reavivar cuantitativa y cualitativamente la tradición platónica en la historia del pensamiento occidental. Traduce las obras completas de Platón, este mismo trabajo lo realiza con Plotino y otros muchos autores de la amplia tradición platónica.

En la Academia de Careggi, se crea una forma de pensar y de sentir, de vivir, en suma. Es el pensamiento de la Academia platónica el que va a dar nombre a esos sentimientos y a ofrecer una comovisión legitimadora.
El Comentario a “El Banquete” es un pretexto para exponer el propio pensamiento ficiniano. Y serán la luz, la mirada, los conceptos que van a definir la filosofía ficiniana.

Esquemáticamente, el Comentario fundamenta en primer lugar una ontología, a la que después dota de dinamismo, y este movimiento cristaliza en el principio de afinidad, o amor cósmico. Planteada la base general, Ficino se centra en el alma del hombre, eslabón intermedio de la cadena del ser. Como el resto del universo, el alma se mueve por el amor o, mejor dicho, dos amores; uno tiende hacia lo exterior y terreno, y por tanto, material y perecedero; el otro, hacia lo interior y divino, o sea, espiritual e inmortal. Estas dos opciones son la Belleza y el Bien. Los dos son aspectos de una misma cosa, pues los grados ascendentes de la Belleza confluyen en su origen con el Bien. La Belleza es algo a lo que se tiene acceso a través de los sentidos, mientras que el Bien, es algo abstracto e inasible, que necesita de una iniciación especial.

El Comentario se dedica a todos los matices del proceso de aprehensión y la relación de esta belleza y ese amor terrenos que nos hablan del otro mundo, y detenidamente, de qué modo y en virtud de qué la belleza y el amor de este mundo nos pueden conducir y traspasar a aquél. Si sólo nos quedamos en la belleza externa, el amor vulgar quizá desemboque en una locura enfermiza, e incluso podemos perder nuestra naturaleza humana y convertirnos en bestias. La otra alternativa será la divina locura, la iniciación en la ascensión de los furores, la profundización paulatina de la Belleza hasta el Bien, de la poesía al amor auténtico con el que alcanzaremos el logro de nuestras aspiraciones, la actuación de nuestra posibilidad superior, la unión con Dios, la inmortalidad, la felicidad eterna.

Dice Ficino: “El Amor va de Bien a Bien”, éste es el principio y el final del Comentario. Y entre tanto se habla del trayecto, de las huellas del camino para no perderse, de los grados intermedios, del “transcurrir hasta”.

A Ficino le interesa la situación del hombre en el Universo. El hombre no es sino alma. Habla de cuatro estratos: Dios, mente angélica, alma del mundo y cuerpo del mundo. En virtud de su posición central, el alma del hombre acoge simultáneamente los atributos de los grados superiores e inferiores. Con la opción a elegir entre uno u otro extremo del sistema, a reforzarlo e incrementarlo. Si el alma abraza con demasiado calor y detenimiento al cuerpo, el hombre puede perder su carácter de intermediario, y su raíz última, su inmortalidad.

Dios ha dotado al alma de dos luces: una, natural e innata, y otra, divina e infusa, que se relacionarán con la Venus Urania y la Venus vulgar. Según la utilización que haga de estas luces el hombre, puede sumergirse en la materia y bestializarse, o divinizarse. El espíritu del hombre posee dos fuerzas, la fuerza de entender y la potencia de engendrar. Estas dos fuerzas son en nosotros dos Venus, que van acompañadas de dos amores.
Pero la mayoría de los hombres, como Narciso, persiguen su sombra en el agua y se esfuerzan en abrazarla, o sea, admiran la belleza en el frágil cuerpo, que corre como el agua, y que es la sombra de su propio espíritu. Más no alcanzan nunca la sombra. Porque el espíritu, siguiendo el cuerpo, se desprecia a sí mismo, y no se sacia con el uso del cuerpo. Pues el no apetece en realidad el propio cuerpo, sino que, como Narciso, seducido por la forma corporal, que es la imagen de su hermosura, desea su propia belleza. Deseando una cosa y persiguiendo otra, no puede colmar jamás su deseo. Y por esto, se consume deshecho en lágrima, y así es atormentado y corrompido por las bajezas del cuerpo y muere, porque ya parece más cuerpo que espíritu.

Por tanto, las aspiraciones del hombre, su ansia de inmortalidad no es vana. La explicación de este movimiento fundamental sólo la hallaremos tras la exposición del dinamismo del sistema ficiniano.

Todo el Universo se mueve por amor, por un deseo innato de atracción, por un principio de afinidad. El mundo es una gigantesca armonía. En torno a Dios que es el Centro, se mueven los cuatro círculos; mente, alma, naturaleza, materia. “Dios es el Bien y la Belleza, los cuatro círculos”. El rayo de Dios ha pintado en estos cuatro sucesivamente las ideas, las razones, las semillas y las formas. No hay nada que escape, que esté desligado. Todo tiene su correspondencia, su enlace, su sentido. Los contrarios se ven contrarrestados. El universo es un enorme organismo. El mundo entero es un dar, un recibir, un devolver. Hay un perfecto acuerdo entre macrocosmos y microcosmos. Y si el hombre quiere llegar hasta Dios, quiere elevarse, tendrá que recorrer, armonizando con el ritmo universal, los cuatro anillos que le separan arrastrado por el amor, copula mundi, desde el mundo de las formas, en el que está inserto.

Así pues, tenemos el Bien en el centro y la Belleza en el círculo. Que son dos aspectos de la misma cosa, uno es la perfección interior; la otra, la exterior. La Bondad es la raíz que sustenta el crecimiento de la flor (la belleza). En su sistema circular el origen y el fin es el Bien, pero el tránsito de un punto al otro del círculo, la Belleza. La aventura del hombre es el viaje a través de la Belleza.

En la belleza universal hay un degradado de luz a través de los círculos concéntricos. De más claras a más oscuras, el rayo de la belleza universal pinta “en los ángeles, modelos e ideas; en las almas, razones y nociones; en la materia, imágenes y formas”. La luminosidad es una garantía de la participación del esplendor de Dios. Para Ficino “la belleza del cuerpo es una cierta vivacidad, gracia, gesto que resplandece por el influjo de su idea”. Toda belleza visual es espiritual.

En el caso de Ficino, el amor produce "muerte" para después producir vida eterna. El amante pierde su spiritus, ante el amado, y muere. Sólo después de la aceptación y la entrega, a modo de intercambio o devolución, del espiritu del amado, resucitará, y así “aquel que tenía una vida, a través de la muerte, tiene ahora dos”.* En la obra “De amore”, es el argumento más fuerte e inmediato de la inmortalidad. En esta vida la posesión del otro no es completa, el deseo no se agota en el amado. Esta insatisfacción gira hacia una proyección trascendente. En último término, el objeto del deseo es Dios, que da un gozar inacabado, que se reproduce eternamente. Y en esto consiste el amor platónico que, a través de la contemplación de la belleza física del amado, nos lleva, como en Plotino, a la belleza de las virtudes, las ideas, y, finalmente, a la contemplación de aquella belleza indeterminada, pura, única.

Entre las manías o locuras en el hombre, Ficino señala dos clases, debidas a defectos del cerebro o del corazón. A la del corazón se la llama comúnmente amor. Pero hay otro tipo de locura, o furor divino, que “eleva al hombre por encima de su naturaleza y lo convierte en Dios”. Este furor se puede dividir en cuatro clases ascendentes: el poético, el histérico, el profético y el amoroso.

Como resultado del amor el hombre armoniza con el cosmos, con el mundo, con su sociedad. Pero el amor, es el dios alado, o el que da alas, “el verdadero amor no es otra cosa que un esfuerzo por volar a la belleza divina, provocado en nosotros por la presencia de la belleza corporal”.

Ficino inunda su filosofía con la metáfora de la luz. El Comentario se abre con una metáfora de la creación como incendio de deseo. La luz es la unidad última, el principio espiritual de todas las cosas. Su fuente es Dios, el Sol. El todo lo ilumina, lo vivifica, lo calienta. Todo Amor comienza en la mirada. A la luz del Sol, al rayo de la luz única que le ilumina y alumbra toda la belleza del mundo, la mirada responde con otra luz interior. Entonces se produce el efecto del espejo, el desdoblamiento. De la parte de allá del espejo está la belleza iluminada por Dios, en sus diferentes formas y matices, de la parte de acá la fecundidad del alma reproduce un microcosmos resplandeciente. “En su seno brilla la luz eterna de Dios, completamente llena de las razones y las ideas de todas las cosas, y hacia la cual el alma, cuando quiere, se vuelve”. El espejo es la imaginación. El espejo nunca refleja lo que representa. En este espejo, la iluminación más fuerte es la interior, la que procede de los ojos interiores que saben de una realidad más sentida, más vivida. De una realidad más amplia.

La luz del espíritu es verdad, la cual es la única cosa que Platon pedía a Dios en sus ruegos: “Concédeme, Dios, que mi espíritu se haga bello, y que las cosas que pertenecen al cuerpo no impidan la belleza del espíritu. Que yo considere rico sólo al que es sabio”. Declara con estas palabras, que la belleza del espíritu consiste en la verdad y en la sabiduría, y como ésta es concedida a los hombres por Dios. Una misma verdad dada a nosotros por Dios en sus distintos efectos, adquiere los nombres de las diversas virtudes. En cuanto muestra las cosas divinas, se llama sabiduría, que Platón pide a Dios sobre cualquier cosa. En cuanto muestra las cosas naturales, ciencia, si las humanas, prudencia, si nos hace equitativos, justicia, si invencibles, fortaleza, si tranquilos, se llama templanza.

Y para terminar recordamos las palabras de Diótima a Sócrates: “Te aconsejo que en primer lugar consideres la belleza del espíritu, que se basa en las costumbres, para que entiendas que hay una sola razón de todas estas costumbres, por la cual del mismo modo son llamadas honestas." O sea, una única verdad de vida purísima que, por los actos de la justicia, la fortaleza y la templanza, nos conduce a la verdadera felicidad.

"Ama primero esta única verdad de costumbres y luz bellísima del espíritu. Sabe, que debes elevarte por encima de las costumbres a la clarísima verdad de la sabiduría, la ciencia y la prudencia. La luz infinita es independiente de todo cuerpo, pues brilla sin medida ni límite, porque brilla por su naturaleza. Por tanto, la luz y la belleza de Dios, que es enteramente pura y libre de toda condición, se llama belleza infinita. Y la belleza infinita requiere un amor inmenso”.

Estamos totalmente de acuerdo con el autor de este libro, y pensamos que releer, meditar y charlar sobre estos temas, es un verdadero “Banquete” para el alma, que sin duda alguna, se fortalece con estos alimentos. Experimentando la comunión con la vida.
Resumen: DE AMORE (Comentario a “El Banquete” de Platon)
de Marsilio Ficino

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