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sábado, 16 de agosto de 2014

LA DAMA DEL NILO

 
 
Si de algo no cabe duda -siguió diciendo Hatshepsut cuando la procesión inició la marcha-, es que tu mano está en el templo como lo está la mía. Lo he pensado mucho, Senmut, y quiero que inscribas tu nombre dentro del santuario del Dios para que todos los hombres sepan cuánto te valoro y en qué alta estima te tengo.
 
Él se volvió hacia ella y le hizo una reverencia. Siguieron andando, pero la mente de Senmut era un hervidero de pensamientos. Era tan poco frecuente el honor que acababa de dispensarle que sólo pudo pensar en un único caso similar, que podía observarse en la planícia de Saqqara, donde el rey Zoser le había permitido al Dios Imhotep firmar sus obras con su propio nombre. Era un don tan preciado que traspasaba los umbrales de este mundo, pues los dioses verían su nombre en un lugar donde sólo están tallados los nombres reales. Lo juzgarían como si fuera un rey. Enseguida supo dónde quería grabar su nombre y la historia de su vida y de sus títulos: donde sólo pudieran verlo los dioses y las personas de linaje real, que eran las únicas a quienes les estaba permitido entrar en el santuario y cerrar la puerta, privilegio del que ni siquiera los sacerdotes gozaban.

 
Me conferís un gran honor, Majestad . dijo con el corazón alegre.
Hatshepsut sonrió y giró su cabeza dorada para mirarle a los ojos
¡Todavía no he terminado contigo, príncipe orgulloso y altanero!

 
Los que se encontraban detrás de Hatshepsut la vieron como jamás la habían visto antes: la cabeza dorada, la tez cubierta de polvo de oro, los brazos enjoyados extendidos; todo parecía refulgir de manera especial, como con un halo de fuego. Se hizo un silencio profundo. Tutmés se inclinó frente a Amón y volvió a colocar incienso en el turíbulo. Hatshepsut no se movió: permaneció en actitud de adoración y de espera, convencida de que algo estaba a punto de suceder. Cuando se postraba por última vez, de los labios del ídolo brotó una voz pura y sonora, y todos los presentes quedaron paralizados.

 
-Levántate y vete, Amado Rey de Egipto-dijo




Fragmentos de LA DAMA DEL NILO
PAULINE GEDGE

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